viernes, 19 de abril de 2013

Minis, Minis, Manis Morris.




Don Miguel Espinosa de los Monteros sosiega su soberbio alazán al que parece estar pegado más que cabalgarlo. De regreso a su punto de partida al despuntar el alba se deja llevar por su montura antes del anochecer en la selvática espesura sinaloense. Ha llegado a buen fin otra agotadora jornada del gallardo cincuentón de ojos garzos y luengo bigote rubio de puntas enroscadas, de vuelta ha cumplido su compromiso de amo y señor de todo lo que se encontrara adentro de su inmensa propiedad que no termina en el horizonte.

Los jóvenes Miguel y Manuel acataron la orden paterna de venir a tomar posesión de la propiedad que recién heredara su padre, totalmente desinteresado en abandonar su pueblo natal llamado Espinosa de los Monteros aledaño a la costa cantábrica fundado en la Edad Media. Venir al país con guerras civiles entre jacobinos y católicos disputándose el poder desde la Independencia, entusiasmó a los jóvenes en la edad en que se sueña con ser héroe, la ley de "manos muertas" por la que la propiedad heredada era intocable había prescrito desde 1831, así que, habiendo ejecutado Juárez a Maximiliano de Austria, la vasta tierra de los indios sinaloas era la tierra de promisión idónea para los pueblerinos con su horizonte limitado por Burgos.

El corcel resopla al divisar el sacrosanto hogar de la numerosa familia del jinete. Los cascos del equino sobre el empedrado parecen resonar al ritmo del jubiloso llamado de rigor del amo anunciando su llegada a sus 60 gatos, ¡MINIS, MINIS, MANIS MORRIS!", irrumpe en el atardecer húmedo y bochornoso la voz aguardentosa a la que Don Miguel le imprime un marcado acento afectuoso. Un segundo llamado a su jauría felina, cuidada con esmero por peones adiestrados bajo la vigilancia inclemente del capataz, le da un primer vuelco al corazón del pegaso virtual. Algo extraordinario debe haber sucedido, los 60 no salen desbocados del rincón donde se encuentren y acudan en tropel a darle la bienvenida. Brilla por su ausencia el ejército gatuno maullando y ronroneando en anticipación a que el apeado de su montura le prodigue merecido reconocimiento a cada uno de los felinos llamándoles por su nombre inspirado en su país de origen.

"Basilisa no es capaz, no puede ser que haya encerrado o amarrado a mis mininos", Don Miguel le contesta a su voz interna que le ha despertado tremenda inquietud. El alazán interrumpe su trote rítmico, relincha instintivamente al percibir la aprensión que invade al que lo monta tanto, ambos perspirando a mares se disponen a enfrentarse a lo que sea. Frente al umbral del casco de la hacienda el jinete se apea, el caballerango experimentado en acertar el instante en el que su amo le suelta la rienda acalla los insólitos relinchidos inquietantes. La diminuta Basilisa sale a su encuentro.

Basilisa profesa el catolicismo desde que tiene memoria y, por añadidura, la menudita de apariencia frágil cual figura de porcelana, a temprana edad adoptó la doctrina temporal que reza, "a grandes males, grandes remedios".

En la niña Basilisa de 13 años de edad su madre viuda delegó la obligación contraída por los hacendados de hacerse cargo de la salud, la impartición de la doctrina cristiana y el esparcimiento de los peones y sus familias. Todo marchaba sobre ruedas para la niña en cuestiones quirúrgicas, excepto el zapatero destripado que la niña cosió con hilo y aguja del mismo zapatero y explotó durante el velorio que ella conducía, pero muchos se salvaban de pulmonía doble con una incisión en el pulmón para que saliera la "sangre mala", y en otra rama de la ciencia médica, no faltó quien sanara de alferesía  bañándolo en agua de cal en tanto al médico gringo se le morían sus pacientes con este mal, las ventosas eran antídoto eficaz para el envenenamiento de la sangre, el pomo de alcohol atiborrado con mariguana en yerba, que tampoco faltaba en el botiquín de la reina Victoria de Inglaterra, era la fricción indispensable para el reumático, la herbolaria del lugar podía curarlo todo, desde la tos con jarabes de opio recolectado en las cercanías durante una semana precisa del año, hasta la infertilidad con una fórmula secreta de yerbas serenadas durante el mes lunar, con las que se preparaba el te con agua sacada del pozo a la que se le quitaban los sapos.

Por lo que a sus otras obligaciones toca, los domingos por la mañana la niña impartía el catecismo a los peones y sus familias, cuando el cura llegaba de cuando en cuando a confesarlos e impartirles la comunión, encontraba a unos feligreses adoctrinados y en proceso de su alfabetización rudimentaria con el silabario aprendido de memoria. En cuanto a su obligación de entretenimiento a la comunidad, los sábados por la tarde la niña de prodigiosa memoria les narraba un cuento de las Mil y Una Noches que su institutriz francesa le enseñara, o cualquiera de la tradición local sin repetir alguno, mes tras mes, a su audiencia sentada en cuclillas.

Las incesantes pugnas armadas por el poder de la Nación, en general, y del estado, en especial, no afectaban mayormente la hacienda de la viuda, pero la adversidad tiene varias facetas. El acceso del ganado al agostadero compartido con el vecino atrabiliario quedó legalmente prohibido, para el consiguiente número de bestias y reses muertas de la vecina durante el estiaje, la plaga del chahuixtle acabó con la cosecha, a la amenaza de quedarse en la ruina se sumó el temporal que derrumbó las casuchas de los peones resistentes a reconocer a la patrona, su único patrón era el difunto que debería sustituirlo otro de igual temple y reciedumbre. La viuda montó en cólera y a su mejor caballo también, se enfrentó a los inconformes, al capataz le asestó tremendos fuetazos, éste la tumbó del caballo y quedó coja por el resto de su vida la mandamás indiscutible.

La antisinfonía de la adversidad, sin entrar en detalles, no le impide a la niña Basilisa de 14 años escuchar la sinfonía que le penetra por todos los poros de la piel, al otear desde la ventana de su recámara en lo alto del casco de la hacienda la llegada de una aparición. La aparición no se esfuma al apearse de su caballo blanco como la nieve, el prolongado palique con el caballerango que sostiene la rienda del recién llegado intriga a la niña, pero adivina el discurso del capataz que lo conduce a la sala principal de visitas, donde lo espera la viuda coja acicalada para el encuentro convenido de antemano. Es entonces cuando la niña cae en cuenta que es el mentado hacendado que vendría a hacer un pacto sobre los linderos en Guamúchil aún sin precisarse. La división era fundamental, en el estiaje bajan las aguas del río Mocorito (antiguamente llamado San Sebastián de Évora), crucial para el agostadero del que dependía la cría del ganado mermado de la viuda y surtía el agua a la siembra de temporal. El pacto queda sellado por partida doble, la viuda tiene paso libre durante el estiaje y la niña fue comprometida en matrimonio, según se lo informó su madre cuando la aparición se había esfumado como llegó. Los arreglos de la boda se harían de acuerdo a la próxima visita del Obispo a Culiacán.

El prometido había quedado prendado de la púber al verla desde lejos bañarse en el río, y con su ropa interior mojada que la cubría del tobillo al cuello, bailar en completo frenesí la danza autóctona la Pascola, girando como torbellino al ritmo que marcaba su prima Ñupa  aporreando un tamborcillo y que, al decir de las interfectas, no volvieron a bailarla desde que se les apareció el diablo en forma de chivo con los cuernos retorcidos, suceso confirmado por el caporal que fue con el chisme de la aparición.

Basilisa parió al primero de sus 15 vástagos antes de haber cumplido sus 15 abriles literalmente, nació el 15 de abril de 1861. El sino de su marido 15 años mayor, sería el de ser extremadamente consentidor y permisivo con su vasta prole totalmente indomable, y ejercer su derecho de pernada establecido desde la Colonia. En aquella primera ocasión de la práctica del ejercicio matrimonial extracurricular de Don Miguel con la novia del caporal vestida de blanco que salía del templo casada por el cura, la Sra. Cuevas de Espinosa desapareció. Por razones de fuerza mayor salió de su escondite junto a un ojo de agua en una choza en la punta de un cerro, "se le fue la leche", los chillidos del lactante que acarreaba la convencieron. El marido infiel con fidelidad extracurricular, juró que había cumplido con La Chuyita su derecho de pernada, solamente por compromiso, un amo sin atributos de mando en todo orden de cosas no podía ser un patrón respetado por sus peones. Los compromisos ineludibles se incrementaron de forma exponencial, Basilisa no se dio por enterada más nunca, solamente se hicieron más frecuentes sus dos semanas de aislamiento en esa especie de santuario ocasional, todos sabían con precisión cuando regresaría a su hogar en el que la esperaban sus criadas entrenadas para bañarla en su tina de porcelana con leche de burra, enjuagarla con agua de rosas o de azar, lavar con agua de lluvia su larga cabellera castaño claro enjabonada con jabón de olor Reuter, peinarla de chongo, vestirla con su ajuar seleccionado para el día y perfumarla con esencias de almizcle.

Pasaron los años, cada dos pariendo Basilisa, al Federico que se lo comió un tigre por un descuido de su nodriza en un día de campo junto al río Badiraguato, el segundo Federico pronto sustituyó al primero, sería por eso que llevó una doble vida, o triple quizás, de acuerdo a su legendario historial con un detalle insignificante, su amenaza de suicidarse frente a su madre si ella no aceptaba la boda del de cuchillo en mano con mujer de reputación muy reconocida, la muñequita inflexible en todo tiempo y lugar no aceptó, el incapaz y fornido Federico, que lo mismo vadeaba los rápidos de los ríos dentro de su horizonte doméstico que mermaba el costal de monedas de oro que su padre conservaba oculto a prueba de saltadores e insurrectos, nunca contrajo nupcias, oficialmente. De las acometidas de "ataques" de un mal morboso que aquejaron a Basilisa, hasta incapacitarla durante días para reintegrarse a su estado normal, sanó completamente con la prescripción del doctor gringo (así llamados los alemanes en este suelo) mandado traer de la capital Culiacán para tal propósito, el remedio Paregórico que no faltaba en botiquín europeo desde que lo inventara Paracelso a base de opio, operó el milagro junto con la prohibición de no volver a tomar café ni oler el grano tostado en casa.

Un día de tantos, la de facciones finas y apariencia frágil le dijo a su curtido esposo de regreso de haberse desbalagado durante una semana completa sin saberse de él, "-Oiga Espinosa, usted se está enviciando en las apuestas, esa tal lotería con un gritón lurio que anuncia al ganador, está buena para las ferias de pueblo, usted no tiene vergüenza en jugar a esa sonsera que despeluca a los peones. Ya no sabe otra que jugar a la brisca y el conquián, cuando parí a Catarina en el Cerro de La Campana me dijo que ese cerro era de la niña, y ya supe que lo apostó en una jugada de conquián, no vaya a salirme con que lo perdió ", a lo que el hijodalgo llegado a estas tierras a los 21 años responde ceceando a la usanza de la Península, "-Basilita, niña de mis ojos, ni tus tataranietos podrán acabarse lo que les dejaré".

Don Miguel era religioso, a no dudarlo, pagaba religiosamente sus deudas de juego, se aseguró que le fueran entregadas 4 mil reses a quien le había ganado esa apuesta por salir primero el as de bastos en un albur con barajas españolas, pero era inaceptable que otros dispusieran de lo que le pertenecía legítima y legalmente. El gobernador Cañedo de la corriente de los científicos porfiristas pensaba de forma diferente, cayó en desuso la anarquía derivada de los cincuenta y pico cambios de mandatario en México y la local con gobernadores impuestos y depuestos en lo que canta un gallo.

Corría la última década del siglo XIX, no se vislumbraba cambio en la permanencia a perpetuidad del dictador Don Porfirio, Heraclio Bernal, bandido generoso con los pobres, asolaba Ahome y Badiraguato sin hacerle ni cosquillas al régimen dictatorial que atentaba contra el latifundio de Don Miguel colindante con diversos poblados, las poblaciones circunvecinas formaban parte de la conversación habitual de la familia, Pericos, Palos Verdes, Agua Salada, Guasave y, por supuesto, La Vainilla, con su virgen taumaturga, Basilisa atestiguó uno de sus milagros, la estatua traída de Italia para la Vainilla, por poco la confunden con la otra que debería ir a la iglesia de Guasave, pero la carreta se volcó sorpresivamente revelando el destinatario impreso en el embalaje de cada estatua.


      
  -Basilita, los gatitos,... mis gatitos...  Mis mininos... Contéstame por vida tuya, donde están -dice con voz quebrada Don Miguel a su esposa muy jirita que le ataja el paso  

        -Los envenené --responde tajante la susodicha, cuarta en mano siempre dispuesta a disciplinar a los herederos de todo lo que alcanzaran a ver cabalgando a buen trote durante todo un día, prole proclive a salirse del huacal rígido de su mamá con permiso de su papá.

        -¡Basilisa! ¿Qué barbaridad has hecho? exclama el que siente que el corazón se le escapa del pecho
       
        -"Oiga, Espinosa", dijo la señorcita Cuevas de Espinosa "a grandes males, grandes remedios, el doctor gringo dijo que el crup que le dio a Manuelito es por esos gatos, pero usted no me lo creía, y hasta a los que les embarré manteca en los bigotes regresaron de donde los mandé aventar...",

Cosas de la vida, en 1910 Basilisa abandonó Sinaloa para siempre, por no decir a Don Miguel que "le había dado por tomar" y perdido todo lo que le quedaba por perder apostándolo, con el RIP oficial de las tales "manos muertas" que murieron de veras con el acta de defunción expedida por el gobernador. Llega a la Capital la cincuentona con sus dos hijas menores de 10 y 8 años a arrimarse con el Lic. González, abogado de Don Miguel en sus asuntos de la Capital. No era para durar tanta ventura en un palacete porfiriano, la prole de 7 varoncitos eran locos todos ellos, según sospecharan las fuereñas aterradas ante los 7 comiéndose a mordidas las esquinas de las paredes y como única terapeuta una mamá histérica con cada nuevo pilar mordido. Pronto se hicieron indeseables las recogidas.

Asidas las dos niñas de la mano de su mamá presenciaron El Desfile del Centenario, en el que Don Porfirio hizo un despliegue de lujo y boato comparable a la coronación del Emperador Iturbide en la Catedral Metropolitana. Mal acababan de recuperarse de su asombro las provincianas boquiabiertas ante los landós conduciendo a la aristocracia de Europa y Oriente, precedida por el contingente de cadetes relucientes como sus caballos enjaezados, cuando estalla la Revolución. Don Miguel permanece en Sinaloa, increíblemente se ha quedado en la ruina, no sólo perdió lo que le heredó su padre, sino lo que su hermano Manuel le cedió al hacer el voto de pobreza para ir a ordenarse sacerdote en Italia como su tío, el legatario original de un cacho de Sinaloa, pero el joven Manuel se arrepintió al hacer el voto de castidad, regresó a Sinaloa, requirió en amores a la viuda coja, su hija Basilisa no volvió a dirigirle la palabra a su madre que murió en Sinaloa abrazada de Manuel. Las arrimadas cambiaron de domicilio, para arrimarse en casa de la esposa de general con el peor carácter conocido de generala alguna, la hija de Basilisa que llevaba su nombre.

La Revolución siguió su curso natural. El intrépido Fernando, el benjamín de Basilisa, general de división a sus 21 años de edad, que no obstante se dio su tiempito para casarse por la Iglesia y por lo Civil en incontables ocasiones, fue víctima de una celada en el ferrocarril en el que salió de Tepic para encabezar un Golpe de Estado antes de su cumpleaños 22. De Federico no se volvió a saber, su hermana casada con un negro inglés de la edad de Don Miguel radicado en Tepic a la sazón, aseguraba que, tras el descarrilamiento de 1913 que conmocionó al país, en el que Federico por salvar a una niñita de los escombros le cayó encima un vagón que le incrustó vidrios en todo el cuerpo que nunca logró sacarlos en su totalidad, se dedicó al comercio de armas traídas de contrabando de EU. La hija de carácter insufrible y con temple para enfrentarse al grupo de revolucionarios encarabinados que querían asaltar su casa, enviudó, o mejor dicho, no se volvió a saber de su marido general, que es lo mismo. La otra hija de la mayores con cara de camafeo y cuerpo de uva, casada con militar también, en su peregrinar siguiendo a su marido y pariendo prietitos con alma bohemia por parte de padre, sobrevivió lavando ropa de munición en Guaymas junto al vagón perforado de bala que tenía por hogar, su marido la abandonó un rato, mientras fue a las cuevas de los tarahumaras para esconder a Johnson, un gringo-gringo acusado de traición por los federales. Entre tanto, a Basilisa y sus dos hijitas las separaban de los balazos revolucionarios el portón apolillado de su casa en la calle de Las Artes en la Capital que les puso el hijo soltero Manuel, retirado del Ejército por su precario estado de salud, la vigencia de la dieta del niño Manuelito de huevos y sangre de tortuga en Altata impuesta por su papá había caducado, entonces salía a a las calles de la ex-Ciudad de los Palacios a robarse quelites para matar el hambre de su mamá y sus dos hermanitas menores, ya que los billetes bilimbiques salidos de la imprenta del Primer Jefe Carranza que llenaban el enorme arcón de Basilisa tenían el sello de "revalidados", las monedas de oro enviadas por Don Miguel, único medio de comprar comestibles, se tardaban mucho en llegar, o se quedaban en el camino.


En su intento por convencer téte-a téte al gobernador de Sinaloa Iturbe, que sus tierras habían sido enajenadas de forma ilegítima y su restitución legal no tenía el obstáculo de las argucias y patrañas utilizadas en el despojo porfirista, viajó a la Capital Don Miguel. Pero Iturbe estaba en Querétaro celebrando con Carranza y con un selecto grupo de notables la Constitución del 5 de febrero de 1917. Mal había llegado a la casa en la calle de Las Artes, cuando Don Miguel muere de pulmonía fulminante, como es lógico y todo el mundo lo sabe, comer sandía fresca tras un baño prolongado en tina con agua muy caliente es inevitable la pulmonía. Si Basilisa intervino quirúrgicamente a Don Miguel con la incisión pulmonar con la que muchos peones de la niña Basilisa sanaron de pulmonía, es secreto de familia. Sus 24 nietos siguieron disfrutando de la prodigiosa memoria de la abuelita contando cientos de cuentos hasta el último de sus días a sus 82 años de edad, o quizá 80, siempre se aumentó dos años para ocultar que se casó siendo niña  

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