Había una vez una película francesa intitulada La
Tragedia de Mayerling (1936). El Archiduque Rodolfo (Charles Boyer), heredero
al trono de Austria, antes de suicidarse dio y tomó en matar de un balazo a su
amante, la baronesa Vetsera (Danielle Darrieux) dormida en regio tálamo con
almohadones de seda, testigos mudos de su último encuentro pasional según se
adivinara por uno de sus senos descubiertos. No era para menos, el crimen
histórico por razones de estado ocurrido en 1859 en el castillo de caza del
Archiduque en la aldea Mayerling en los bosques de Viena, no vendería un boleto
de taquilla alguna, entonces se pensó en las posibilidades de la historia con
sólo modificar la motivación verdadera en una versión atrevida con artistas que
apuntaban hacia su consagración internacional. La mancuerna Eros-Tanatos daba
sus primeros pasos dirigidos a una incipiente audiencia en vías de convertirse
en cinéfila.
Algunas corrientes de pensamiento de los estudiosos de
la conducta humana nos dicen que el aflujo de la ambición de poder es más
fuerte en el hombre que su sexualidad, los opositores de esta corriente asumen
que nada es más poderoso en el hombre que el acto sexual humano enfrentado a la
muerte, como quien dice una cópula Eros-Tanatos. Ambas hipótesis son
consideradas líricas en tanto no sean probadas, comprobadas y aprobadas por la
ciencia, entre tanto, las versiones idealistas en busca de sustento válido
adoptan modelos como el de Romeo y Julieta del poeta Shakespeare, o versiones no idealistas como el modelo de las
soldaderas de la Revolución Mexicana que no inventó poeta alguno, ni se ocupó
tampoco.
Romeo y Julieta de sangre azul
que nacieron en pañales de seda se inmortalizaron como paradigma de la idílica
entrega total sin reservas de los adolescentes en proceso de formación y, para
los no idealistas que no faltan, Tanatos se materializó en el romance ciego
porque a los enamorados les falló su Plan A y también su Plan B. De haber tenido éxito los aún rozados por sus
pañales sedosos se hubieran enfrentado a la realidad del ser amado con barba y
las primeras arruguitas de la edad entregandose con reservas, si no distraídos
con la telaraña del techo, o mentalmente ausentes en el estira y afloja del
reacomodo del paraíso perdido de dos que se convierten en UNO hasta que la
muerte los separe. Esta historia clásica de la literatura universal es un
cuento para arrullar nenes arropados en su camita, comparativamente a la
experiencia de las soldaderas mexicanas enfrentadas a Eros y Tanatos despojadas
de romanticismo en su entrega total hasta la muerte si fuese preciso. En un
principio unidas a "la bola" por hambre, o por los tradicionales
abusos oprobiosos a las mujeres en el ámbito rural, entre otras razones de
peso, permanecían sometidas a la experiencia de la guerra espontáneamente. Las
mujeres sumadas a "la bola" tenían a su "Juan" que seguían
a pie, o en ancas del caballo del encarabinado, o hacinadas en furgones de
ferrocarril cual si fuesen ganado acarreando consigo todas sus pertenencias en
un itacate y un comal para hacer tortillas, en tanto amamantaban en medio del
fuego cruzado al chilpayate que habían parido a campo traviesa envuelto en su
rebozo agujereado de bala. Nadie iría tras ellas si claudicaban a su
nombramiento extra curricular de soldadera, es fácil aventurar que en las
famosa "rieleras" predominaba la mancuerna Eros-Tanatos con una
atracción irresistible hacia su Juan que iba y venía de hablarse de tú con la
muerte, al igual que ellas. Esta experiencia pasional unida a la muerte en
acecho lo describe en tono festivo el corrido revolucionario La Rielera.
Al despuntar el cine mexicano hablado, la
"juventud moderna", que se da en cada generación desde que el hombre
es hombre, se lanzó en tropel a ver la primera "película hablada"
hecha en México intitulada "Santa", basada en la novela que
escribió en 1903 Federico Gamboa con el
fondo musical de la canción "Santa" de Agustín Lara dedicada a la non-sancta
conocida por este alias. La protagonista (Lupita Tovar) fue piedra de escándalo
por interpretar el papel de la pueblerina seducida por un militar (Juan José
Martínez Casado), luego atrapada por la dueña del burdel con pianista que no
veía pero tentaba (Carlos Orellana), perdidamente enamorado de la protagonista.
La estrella es redimida de su indiscriminada actividad noctámbula por famoso
matador de toros que desafiaba la muerte en tardes de arena, sangre y sol, a
quien no lo cornó toro alguno, sino que la mujer desagradecida y desmotivada de
la fórmula Eros-torero le puso semejante
cornamenta con un epílogo apropiado para el machista autor: mató a Santa, la
única pecadora que obtuvo su merecida muerte en el escenario de pecadores
irredentos y malvivientes. Gamboa (1864-1939) no se curó de su chauvinismo durante sus andanzas diplomáticas, ni durante
su exilio por motivos políticos (1913-23), ni como director de la Academia
Mexicana de la Lengua hasta su muerte.
Al despegar nuestra carrera fílmica mexicana se hicieron algunos intentos siguiendo la ruta
marcada por "Santa", "La mujer del puerto" (Andrea Palma)
se entregó incondicionalmente por amor, ya decepcionada y abandonada por el que
le prometió matrimonio, bajo la luz mortecina de un farol callejero vendía
placer, decía ella, más que éxito cinematográfico de 1933 se considera un
clásico. Abundan intentos fallidos de trasladar la mancuerna Eros-Tanatos de la
sala del psiquiatra a una obra literaria, su buen logro requiere talento, mucho
y bastante. Desde luego, en gustos se rompen géneros, pero el estrafalario
noble inglés Lord Byron (1788-1824) y el americano sureño William Faulkner
(1897-1962), premio Nobel cuya obra pasa de lo sórdido a lo trágico en tierras
robadas por EU a México, parecen ajenos y distantes a nuestra sensibilidad.
Salvador Novo (1904-1974), que vivía en la calle que lleva su nombre en Coyoacán, prolífico dramaturgo y director teatral, poeta irónico de ímpetu apasionado y amarga desolación, formaba parte del grupo de poetas conocido como los Contemporáneos, conformado, ente otros, por Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Julio Jiménez Rueda, Carlos Pellicer y los hermanos Gorostiza José y Celestino, al jovencillo Octavio Paz Jorge Cuesta lo introdujo a este círculo cuya inconmensurable obra poética fue prohibida en México machista al trascender que eran homosexuales. Lord Byron, en cambio, hoy es tenido en Inglaterra como gloria nacional. El mismo que vivía obsesionado con la muerte hasta coleccionar cráneos humanos que adornaban la repisa de su chimenea. Novo, quien propendía a escandalizar a los asistentes de las reuniones sociales a las que él era el invitado de honor luciendo extravagantes accesorios femeninos, en su obra editada post-mortem, La estatua de sal, describe magistralmente las bataholas a los que era adeptos el grupo de Contemporáneos.
Xavier Villaurrutia (1903-1950) eleva al paroxismo del
placer a Eros-Tanatos unidos:
"...la
muerte es el hueco que dejas en el lecho ...y es el sudor que moja nuestros
muslos que se abrazan y luchan ...y el silencio que cae y te sepulta cuando velo
tu sueño y lo interrogo, y sólo, sólo yo sé que la muerte es tu palabra trunca,
tus gemidos ásperos ...la muerte es todo eso y más que nos circunda, que nos
une y nos separa ... y nos deja con una herida que no sangra ...Entonces, sólo
entonces los dos sólo sabemos que no el amor, sino la oscura muerte nos
precipita vernos cara a los ojos, y a unirnos y estrecharnos más ...todavía más
y cada vez más todavía."
Como la vida es cambio, la extensa obra cimera,
inigualable de Villaurrutia que fuera proscrita para la juventud de ayer,
pudiera parecerle una ñoñería a la juventud de hoy en vísperas de irse de luna
de miel a la luna de verdad, y si a alguno de los lunamieleros casados o en
unión libre se le ocurriese evocar a Eros-Tanatos en un pacto suicida, apuesto
doble contra sencillo que su pareja no recordaría la Tragedia de Mayerling con arrobo, sino
espetaría, "Houston, Houston, ¿me copias Houston? ¡Eureka!, por fin vuelve
la señal... ¿Cuál es tu color de ojos, darling?


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