La narración sistemática en orden cronológico de los
acontecimientos pasados verdaderos se toma por historia. También es historia la
relación de los sucesos públicos y políticos de los pueblos, o los hechos y
manifestaciones de la actividad humana de cualquier otra clase. Con igual valor
la voz historia significa la obra compuesta por un escritor, una fábula, cuento
o narración inventada, un chisme o enredo.
Los pueblos han transmitido su
historia verdadera abarcando el amplio sentido literal multívoco del vocablo.
El sagaz consejero real Tlacaélel reformó
el orden político, social y económico de los aztecas y modificó su historia
como tribu perseguida (1428 d.C.), al numen Huitzilopoxtli que los guió en su
peregrinar hasta su establecimiento en Tenochtitlan lo elevó al mismo plano del
dios de la sabiduría Quetzalcóatl de los aristócratas toltecas y, desde
entonces, la vida del Sol-Huitzilopoxtli debía mantenerse con el agua preciosa
de la sangre de los sacrificios humanos [León Portilla, 2000], la ofrenda más
preciada era el corazón del guerrero. El poeta ciego Homero (900 a.C.), autor
de la La Ilíada y La Odisea basadas en crónicas
transmitidas oralmente durante 400 años, recitó de pueblo en pueblo la mítica
Guerra de Troya por el rapto del rey Paris a Helena, esposa del rey Menelao.
Casi un milenio después el poeta latino Virgilio la dio por un hecho e
inmortalizó en su Eneida al
gigantesco Caballo de Troya hecho de madera, que ocultaba en sus entrañas al
rey Menelao y sus espartanos, ardid con el que sorprendieran al rey de Troya
para rescatar al epítome de la belleza femenina Helena. El Emperador Augusto
encargó a Tito Livio escribir la historia de Roma desde su fundación, con
puntilloso esmero el escritor latino entregó su tarea imperial de la historia
de Roma desde el 753 a.C. hasta el 9 a.C. en 142 libros de las Décadas, para constancia del entusiasmo
patriótico del laureado historiador y
su carencia de investigación crítica.

Desde que el hombre es hombre ha convivido con la
guerra. Las culturas se desarrollaron considerando este aspecto inherente de
las sociedades. El enemigo existe, siempre está ahí, ya sea para arrebatarle a
otro lo que tiene, o para que no le arrebaten lo suyo. La patria necesita
guerreros héroes, si son vencedores, estupendo, si son mártires, mejor todavía.
En tal virtud, los guerreros son transmutados en dioses del Olimpo y el pasado
fáctico de la patria transformado en épico, a discreción del historiador
encargado de formar la conciencia patria de su nación victoriosa o derrotada. El
Estado selecciona los segmentos históricos que deben olvidarse oficialmente en
el régimen establecido, únicamente 35 tomos del autor Livio han logrado
sobrevivir toda suerte de vicisitudes, sabido es que el presente perpetuo
convierte a los pueblos en manipulables.
Desde que la guerra es guerra su propio código es interpretado
universalmente con precisión meridiana, expuesto fielmente por Maquiavelo
(1469-1527): “El fin justifica los medios”. Los expertos en las artes
castrenses que nos descifran este código nos desvelan que todos los medios utilizados
en la guerra son válidos por infames que sean, si con ellos se obtiene la
victoria perpetuamente recordada por la Historia Universal, de los
"medios" nadie se acuerda. El florentino autor de El Príncipe exalta al Estado fuerte, y
para conseguirlo, el gobernante ha de ser hipócrita, falso e incluso asesino,
desentendiéndose de los intereses de sus súbditos. Algunos interpretan que
Maquiavelo incluye entre "los medios" al hermano gemelo de la guerra,
El Espionaje, siempre agazapado peleando
su propia guerra subterránea tendiendo sus redes en la sombra hasta el clímax
del heroísmo o la vileza. En tiempos modernos este gemelo salió del clóset con
el nombre de Servicio de Inteligencia, la segunda profesión más antigua de la
humanidad. "Cosa distinta es amar a la Patria a amar su historia
infame", nos podrían decir los italianos del Circo Romano y Los Doce Césares del biógrafo Suetonio.
A la velocidad de la luz los mexicanos podemos
explicarnos las inconsistencias patentes de la historia tomada como el pasado
verdadero de nuestra patria y sus colosales "olvidos patrios", con
sólo echar mano de una maravillosa alternativa "muy nuestra": "México
es Mágico". Para unos autóctonos magia significa el arte de hacer cosas
extraordinarias, maravillosas, admirables, asombrosas de la competencia exclusiva
de los dioses en nuestro Olimpo. Para otros, es un arte de encantamiento, hechizos
y sortilegios que practican los iniciados herederos de los profetas de
Moctezuma. El "mágico-mexiquense" es espectador estático de su
destino ineluctable, en espera que le caigan del cielo las soluciones de sus
problemas y los de su país. El
único antídoto conocido para contrarrestar esta aflicción es la experiencia
fáctica, en sustitución del bebedizo de la experiencia imaginaria. Las piezas faltantes del rompecabezas
de la República Mexicana no se encuentran entre las piezas sobrantes del
rompecabezas de "México Mágico". En la medida que no le asista la
verdad fáctica a nuestra historia patria, no podemos apoderarnos de nuestro
pasado que nos pertenece para saber quiénes somos, hacia dónde nos dirigimos en
esta era de la mundialización. "Si
dejas fuera todos los errores, dejas fuera la verdad", nos asegura el
hindú Rabindranath Tagore.
Los relatos históricos verdaderos
se consideran virtualmente inexistentes, no obstante, el acervo de documentos recientemente
"desclasificados" y la comunicación cibernética traspasando fronteras
sin que puedan evitarlo las censuras consabidas, ha desmitificado tótems
correligionarios. Con ello no estamos obligados necesariamente a decepcionarnos
del Ideal de su causa, si también fuese el nuestro. Raquítico sería nuestro Ideal
que no resistiera la confrontación con sus opositores, elaborando su propia
sinfonía única con la misma gama de
sentimientos utilizada por el resto de la humanidad, a semejanza de la misma
escala de notas musicales con las que se ha creado toda la música que conocemos. El éxodo de dioses del Olimpo
autóctono pone a nuestro alcance la enseñanza de su experiencia, la sabiduría
destilada de sus yerros y aciertos humanos, en los que no se debaten los dioses
etéreos, infalibles, invulnerables que no son como nosotros. De tal manera,
algunas almas arrojadas a alguno de los 9 niveles del infierno del panteón
azteca han sido rescatadas, otras han sido redimidas del infierno ideado por
Dante Alighieri en su Divina Comedia que,
por coincidencia asombrosa, tenía 9 círculos. Quizá, esta fórmula
desmitificadora sea efectiva para dejar de "arrastrar en andrajos nuestro
pasado vivo" [Octavio Paz], ya que, al
desparecer las causas persisten sus efectos.
Ciertamente la historia del
Anáhuac es tan rica, que cualquier capítulo elegido al azar pudiera ocupar la
vida entera del interesado en profundizarlo a fondo. Para quienes no
pretendemos dedicar nuestra vida cuales eruditos especializados a dragar de la
memoria patria los más recónditos recuerdos almacenados, un vistazo a la
información ahora liberada del control de los monopolios oficiales consabidos,
pudiera significar la diferencia entre seguir ocupando un espacio de México
Mágico, o vivir en la República Mexicana. Aquellos quienes
buscan respuestas mágicas para la realidad actual mexicana no están invitados a
este banquete, tampoco los escépticos subyugados por su ilusión de estar
incapacitados para redimensionarse día a día. Exclusivamente son requeridos compatriotas que aman
profundamente a México, inconforme con las versiones inaceptables del mítico
caballito de Troya autóctono tomado como nuestro pasado genuino. La perla es la
producción de la irritación de la concha nácar, los avatares a los que se enfrentaron nuestros
antepasados es su inapreciable herencia de la perla de su experiencia. De este
tesoro también hemos sido despojados, no solamente por extranjeros de intereses
aviesos, sino por oriundos cumpliendo con su deber de despertar el nacionalismo patrio
mediante la ejemplar conducta sacralizada de nuestros próceres. Delusivamente
transfigurada la condición humana de quienes nos antecedieron se han creado
dioses fatuos míticos, que producen fuegos fatuos para trasnochados en los
panteones y el desdén por la perla de la enseñanza insustituible de su
experiencia y condición humana contradictoria de aciertos y errores, vicios y virtudes,
dudas, deslices o traiciones, lo cual, no es la primera panacea inventada en
este planeta para que no nos tropecemos con la misma piedra una, y otra, y otra
vez más, sino que la sola identificación de la piedra disipa nuestros problemas
fantasmagóricos.

La realidad no desaparece con el
tiempo, siempre está ahí, es inmune a las quimeras personales y colectivas, más
tarde o más temprano nos lanza de nuestro refugio anti-realidad y nos pone de
patitas en la calle donde circulan los demás terrícolas. Fue inútil el esfuerzo
de la Santa Inquisición de condenar a Galileo Galilei (1564-1642) por el
sacrilegio de aseverar que la tierra giraba y no era el centro del universo, en
oposición a lo que Dios mandaba interpretado por el Papa Urbano VIII difundido
desde el púlpito de las iglesias católicas de todo el mundo. Las revelaciones
de Galileo, hoy por hoy, son fundamento de la astrofísica, independientemente
de que alguien en este mundo lo niegue, tal como los católicos negaron sus
descubrimientos astrales durante los tres siglos que tuvieron prohibido hasta
mencionar su nombre. Galileo se desdijo ante sus Inquisidores para salvar su
vida, murió profesando su fe católica apostólica y romana y se dice que su
última frase fue, e pour si muove, [y
sin embargo, se mueve], título de una novela atesorada por la literatura
universal.
La Iglesia a lo mejor nos pide
perdón un siglo de estos por repetir su error con Galileo al acallar el
desfiladero mental colectivo que incidió en la Guerra Cristera (1926-1929), y
el Estado Mexicano arrepentido de "olvidarla" por ser "políticamente
incorrecta", en un aparente pacto tácito entre ambos. Nuestra realidad
presente exige respuestas concretas en sustitución de misterios míticos
legendarios del tradicional, maravilloso, único realismo mágico mexicano
melancólico, hoy por hoy, extemporáneo para sustituir la realidad presente del
ciudadano libre de la República Mexicana. Mañana será otro día, el hermetismo
secular de los Top secrets se
enfrenta a la apertura de la comunicación mundial sin control y a la habilidad
de los hackers que se divierten
auscultándolos desde su computadora personal, los antropólogos e historiadores prometen
modificar la historia precolombina que conocemos asistiéndose de la tecnología
y la ciencia que avanzan prodigiosamente. Mañana veré si habré de restañar
nuevamente heridas que me infligen mis
ilusiones demolidas al chocar con la realidad develada de mi entrañable Patria,
de mi tierra regada y fecundada por mis ascendientes con su sangre, que es la
mía, fundidas en el crisol de dos civilizaciones poderosas, la mexicana y la española
mutuamente acreedoras y deudoras, como dijera al recibir el premio de
Literatura en España el indio oaxaqueño que llegó a pie a la Ciudad de México
sin saber castellano, el extraordinario Andrés Henestrosa (1906-2008). Yo no
estoy dispuesta a auto-desheredarme de ninguna de las dos para caer en la
filosofía del absurdo, "ni india ni española, sino todo lo
contrario", o su contraparte más clara, "la india y la española son
mutuamente excluyentes". Nuestro santo
y seña reconocido por todos los mexicanos SIN EXCEPCIÓN es único en el mundo y no es indio o español, la
mentada de madre es mexicana, es mestiza, es inmune a la penetración cultural,
a esa hermana menor del gemelo diplomado en la segunda profesión más antigua de
la humanidad, ejerciendo ella la primera con un objetivo simple, destruir
voluntades ajenas para imponer las propias, o sea la guerra psicológica. Esta
empresa podrá llevarla a cabo la hermanita, solamente si no nos adueñamos de
nuestro pasado, en sustitución del Realismo Mágico Mexicano, maravilloso y
extemporáneo para solucionarnos nuestros problemas reales actuales.
