jueves, 3 de enero de 2013

Dándole la vuelta a Voltaire



Me dicen que Voltaire dijo, "Yo no pienso igual que tú, pero estoy dispuesto a ofrecer mi vida por tu derecho a decirlo". Me dicen también que unas corrientes psicoanalíticas honran la superstición de que "Nombre es destino", siguiendo este (des)orden de ideas, Voltaire gustaba de utilizar las mismas argucias en su contra para voltear la forma de pensar de sus detractores.

De ser cierto este chisme que me llegó, al eximio filósofo renegado de la fe cristiana le faltó agregar, para mi gusto, por cuáles formas de pensar distintas a la suya estaba dispuesto a arriesgar su vida, excepto la fe cristiana obviamente, y la condición humana impredecible.

Nuestro albedrío es intransferible e inconmutable en el que nada ni nadie interviene, lo que pensamos en este momento puede modificarse radicalmente en el próximo instante de así elegirlo nuestro albedrío en actividad perenne, para nuestra propia sorpresa. Voltaire se hubiera visto más que atareado de haberse ocupado en sumar y restar nuevos adeptos y renegados de su lema Ècrasez l'infame inspirado en la Ilustración inglesa, según me asegura la enciclopedia que no es francesa ni británica, es española.

La ilusión de no creer en nada ni en nadie es una falacia hoy día propagada como la humedad, como se decía antes de existir el ciberespacio. El ser humano nace con la necesidad de misterio sin fecha de caducidad, hipótesis avanzada por el demiurgo Karl Jung en los treintas del siglo pasado y teoría comprobada científicamente a nivel celular con la tecnología moderna. En otras palabras, entre el nacer y morir el humano nutre su necesidad de misterio de acuerdo a su albedrío en el que nada ni nadie interviene, así confía, cree y tiene fe.

Confiar es creer en algo que puede comprobarse, como que mañana saldrá el sol. Creer es estar convencido de que algo es verdad sin que lo hayamos comprobado. Tener fe es creer en algo que no puede comprobarse, ni física ni materialmente. Creemos en algo y en alguien cotidianamente. Creemos que nuestro "cachito" de billete de la Lotería Nacional no salió premiado según consta en las listas publicadas por la misma Lotería, creemos que por nuestro boleto de avión por el que hemos pagado una pequeña fortuna el piloto conducirá una aeronave hasta llegar al destino que tiene impreso nuestro boleto de papel que en tierra no sirve para ninguna otra cosa, creemos que los comestibles enlatados contienen lo que su etiqueta promete. Si no creyésemos en nada ni en nadie nuestra vida sería insufrible.

El filósofo Blas Pascal, opositor de su contemporáneo Descartes (Pienso luego existo), intuyó dos orígenes del conocimiento, la razón y el corazón (El corazón tiene sus propias razones que la razón no comprende). Los cartesianos creen en la bondad de su Ideal emanado de la duda metódica, lo cual, no les limita hacer suyos otros Ideales, la doctrina de Engels pongamos por caso, o la Utopía de Tomás Moro, o creer en el Ideal de la República de Platón, independientemente de ignorar si la verdad que pensaba el filósofo Super Star de su época era la misma verdad que decía.

Depositamos cotidianamente nuestra fe en lo que no puede comprobarse ni física ni materialmente, además de nuestra fe en la numeración arábiga infinita que utilizamos sin ocuparnos en que no podemos aprehender la idea de lo infinito, no se diga comprobarlo. La ciencia, por su parte, tiene respuestas limitadas que ofrecerle al humano en constante búsqueda de respuestas trascendentes a su necesidad de misterio, en tanto la ciencia continúa cambiando minuto a minuto en todos los campos que abarca, medicina, astronomía, tecnología y lo que se acumule antes de que la inteligencia robótica supere la humana, según prometen sus oficiosos fabricantes.

La diferencia entre tener confianza, o fe, o creencia es irrelevante para la sociedad moderna. Enfrentada a la embestida de la apertura informática precipitada en cataratas incontenibles, la defensa menos trabajosa es desilusionarse de todo envuelto en un mismo paquete. La celeridad de la vida moderna no deja tiempo para fundamentar escepticismos que no estén digeridos vía imágenes televisadas emitidas por los mercachifles de su amo rating.

La realidad contemporánea tiene nuevas reglas de juego con la comunicación instantánea entre millones de millones, con cartas marcadas se brinca el escollo de la falta de honradez consigo mismo, así es fácil adjudicarle a los demás nuestra responsabilidad intransferible e inconmutable de edificar un nuevo edificio, en sustitución del que se ha derrumbado al enfrentarse a la realidad que nunca desaparece, siempre está ahí esperando pacientemente el arribo de la desilusión individual y/o colectiva.

Mi "edad de plenitud", en otras palabras rete vieja, se ha enriquecido enormemente al departir semanalmente con un grupo de mujeres profesionistas, al que me integré por error pensando que asistiría a unas tertulias literarias. Tras mi azoro de la calurosa acogida que me brindaran, en vez de que me corrieran con cajas destempladas por ser la única sin cédula profesional en el grupo de todas edades, me encontré inmersa en un círculo de tertulianas de ideologías muy diversas que profesaban  credos políticos disparados de mi sistema de creencias.

Enclenque sería mi fe si yo no pudiera confrontarla con sus opositores, entre más recalcitrantes y bien fundamentadas las argucias, mejor todavía, ya sea para desechar ilusiones fantasiosas o afianzar mi necesidad de misterio con la que fui dotada de nacimiento, dijo Jung, a mí que me esculquen.

Asistida de la fama que se ganara a pulso Voltaire, de arriesgar su vida por mi derecho a expresarme, puedo externar mi forma de pensar porque su vida comprometida en este derecho mío conserva su vigencia a distancia del tiempo-espacio que nos separa, me dicen.

Cuando voy a la iglesia a oír misa, no pienso en el catolicismo institucional de Franco con sanciones a las familias que no cumplieran con su obligación de oír misa todos los domingos, ni me ocupo de la neuro ciencia hoy día probando y comprobando las transformaciones neuronales en el cerebro de unas monjas francesas durante su cotidiana meditación profunda, ni tampoco me acuerdo del atormentado Voltaire de opinión movediza, me dicen.

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