Me dicen que
Voltaire dijo, "Yo no pienso igual que tú, pero estoy dispuesto a ofrecer
mi vida por tu derecho a decirlo". Me dicen también que unas corrientes
psicoanalíticas honran la superstición de que "Nombre es destino", siguiendo
este (des)orden de ideas, Voltaire gustaba de utilizar las mismas argucias en
su contra para voltear la forma de pensar de sus detractores.
De ser
cierto este chisme que me llegó, al eximio filósofo renegado de la fe cristiana
le faltó agregar, para mi gusto, por cuáles formas de pensar distintas a la
suya estaba dispuesto a arriesgar su vida, excepto la fe cristiana obviamente,
y la condición humana impredecible.
Nuestro
albedrío es intransferible e inconmutable en el que nada ni nadie interviene, lo
que pensamos en este momento puede modificarse radicalmente en el próximo
instante de así elegirlo nuestro albedrío en actividad perenne, para nuestra
propia sorpresa. Voltaire se hubiera visto más que atareado de haberse ocupado
en sumar y restar nuevos adeptos y renegados de su lema Ècrasez
l'infame inspirado en la Ilustración inglesa, según me asegura
la enciclopedia que no es francesa ni británica, es española.
La ilusión
de no creer en nada ni en nadie es una falacia hoy día propagada como la
humedad, como se decía antes de existir el ciberespacio. El ser humano nace con
la necesidad de misterio sin fecha de caducidad, hipótesis avanzada por el
demiurgo Karl Jung en los treintas del siglo pasado y teoría comprobada
científicamente a nivel celular con la tecnología moderna. En otras palabras, entre
el nacer y morir el humano nutre su necesidad de misterio de acuerdo a su
albedrío en el que nada ni nadie interviene, así confía, cree y tiene fe.
Confiar es
creer en algo que puede comprobarse, como que mañana saldrá el sol. Creer es
estar convencido de que algo es verdad sin que lo hayamos comprobado. Tener fe
es creer en algo que no puede comprobarse, ni física ni materialmente. Creemos en
algo y en alguien cotidianamente. Creemos que nuestro "cachito" de
billete de la Lotería Nacional no salió premiado según consta en las listas
publicadas por la misma Lotería, creemos que por nuestro boleto de avión por el
que hemos pagado una pequeña fortuna el piloto conducirá una aeronave hasta
llegar al destino que tiene impreso nuestro boleto de papel que en tierra no
sirve para ninguna otra cosa, creemos que los comestibles enlatados contienen
lo que su etiqueta promete. Si no creyésemos en nada ni en nadie nuestra vida
sería insufrible.
El filósofo Blas
Pascal, opositor de su contemporáneo Descartes (Pienso luego
existo), intuyó dos orígenes del
conocimiento, la razón y el corazón (El corazón tiene sus
propias razones que la razón no comprende). Los cartesianos creen en
la bondad de su Ideal emanado de la duda metódica, lo cual, no les limita hacer
suyos otros Ideales, la doctrina de Engels pongamos por caso, o la Utopía de
Tomás Moro, o creer en el Ideal de la República de Platón, independientemente
de ignorar si la verdad que pensaba el filósofo Super Star de
su época era la misma verdad que decía.
Depositamos
cotidianamente nuestra fe en lo que no puede comprobarse ni física ni
materialmente, además de nuestra fe en la numeración arábiga infinita que
utilizamos sin ocuparnos en que no podemos aprehender la idea de lo infinito,
no se diga comprobarlo. La ciencia, por su parte, tiene respuestas limitadas que
ofrecerle al humano en constante búsqueda de respuestas trascendentes a su
necesidad de misterio, en tanto la ciencia continúa cambiando minuto a minuto
en todos los campos que abarca, medicina, astronomía, tecnología y lo que se
acumule antes de que la inteligencia robótica supere la humana, según prometen
sus oficiosos fabricantes.
La
diferencia entre tener confianza, o fe, o creencia es irrelevante para la
sociedad moderna. Enfrentada a la embestida de la apertura informática precipitada
en cataratas incontenibles, la defensa menos trabajosa es desilusionarse de
todo envuelto en un mismo paquete. La celeridad de la vida moderna no deja
tiempo para fundamentar escepticismos que no estén digeridos vía imágenes
televisadas emitidas por los mercachifles de su amo rating.
La realidad
contemporánea tiene nuevas reglas de juego con la comunicación instantánea
entre millones de millones, con cartas marcadas se brinca el escollo de la
falta de honradez consigo mismo, así es fácil adjudicarle a los demás nuestra
responsabilidad intransferible e inconmutable de edificar un nuevo edificio, en
sustitución del que se ha derrumbado al enfrentarse a la realidad que nunca
desaparece, siempre está ahí esperando pacientemente el arribo de la desilusión
individual y/o colectiva.
Mi
"edad de plenitud", en otras palabras rete vieja,
se ha enriquecido enormemente al departir semanalmente con un grupo de mujeres
profesionistas, al que me integré por error pensando que asistiría a unas tertulias
literarias. Tras mi azoro de la calurosa acogida que me brindaran, en vez de que
me corrieran con cajas destempladas por ser la única sin cédula profesional en
el grupo de todas edades, me encontré inmersa en un círculo de tertulianas de ideologías
muy diversas que profesaban credos
políticos disparados de mi sistema de creencias.
Enclenque
sería mi fe si yo no pudiera confrontarla con sus opositores, entre más recalcitrantes
y bien fundamentadas las argucias, mejor todavía, ya sea para desechar ilusiones
fantasiosas o afianzar mi necesidad de misterio con la que fui dotada de
nacimiento, dijo Jung, a mí que me esculquen.
Asistida de
la fama que se ganara a pulso Voltaire, de arriesgar su vida por mi derecho a
expresarme, puedo externar mi forma de pensar porque su vida comprometida en
este derecho mío conserva su vigencia a distancia del tiempo-espacio que nos
separa, me dicen.
Cuando voy a
la iglesia a oír misa, no pienso en el catolicismo institucional de Franco con
sanciones a las familias que no cumplieran con su obligación de oír misa todos los
domingos, ni me ocupo de la neuro ciencia hoy día probando y comprobando las
transformaciones neuronales en el cerebro de unas monjas francesas durante su
cotidiana meditación profunda, ni tampoco me acuerdo del atormentado Voltaire
de opinión movediza, me dicen.

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