Las leyendas mexicanas siempre han ejercido sobre mí
un embrujo. Me apasionan. Quizá mi adicción comenzó con aquellas leyendas de
espantos y aparecidos narradas a los niños que así ejercitaban su imaginación,
antes de que la televisión impusiera la cultura de imágenes. El inconsciente
colectivo de los pueblos es producto de las experiencias de sus antepasados,
nos dijo el psicoanalítico místico Karl Jung. Yo le creo a pie juntillas a Jung,
no obstante los bombardeos de cultura extraña digerida en imágenes a la que nos
sometemos apoltronados frente al aparato televisor, cual versión hogareña del
Chac-Mool de piedra.
Pancho Villa se encuentra entre los personajes más
favorecidos por nuestras leyendas más pintorescas. Con sus anécdotas elegidas
al azar pueden hacerse novelas, como de hecho ha acontecido. Hollywood se
interesó por el insurrecto Villa en acción, a tal grado, que la “Mutual Film Corporation” lo convirtió
en estrella cinematográfica (enero
10 y marzo 22, 1914). Pero dicho incidente menor no me ocupa hoy, sino su
encuentro con Zapata y la sabrosa leyenda inspirada en este acontecimiento
verídico.
En el Pacto de Xochimilco firmado por Villa y Zapata el
Centauro aceptó el Plan de Ayala (diciembre
4, 1914). Zapata agasajó a su invitado
con un banquete especialmente elaborado en su honor. Los tamales de frijol
ofrecidos en el convivio le gustaron tanto a Villa, que Zapata le regaló a su invitado
un molino para nixtamal, un cargamento de chiles variados, hierbas de olor y lo
introdujo con Manuelito, el tamalero del Ejército Libertador del Sur.
En adelante, Manuelito siempre iba a donde Villa se
movilizara. Trascendió la debilidad del Centauro por los tamales. Esta nueva
afición del revolucionario mujeriego adquirió tintes de leyenda, que no hace
mal papel entre sus otras pasiones legendarias, incluso, su especialmente
destacada afición por la capea. Se dice que el Centauro en receso, entre
batalla y batalla, gustaba de hacer torear al alimón a los Dorados acantonados
antes de sacrificar a los novillos para el rancho de la tropa.
La cocina gourmet novohispana no estaba difundida en el
norte. La dieta de los Dorados en campaña se resolvía poniendo trozos de carne
en el asador, en una mala tarde podía ser carne tatemada de caballo, chivo,
mula o mejor ni preguntar. Este régimen alimenticio dio un vuelco radical para
el Centauro después de haberse banqueteado en Xochimilco. Manuelito diariamente
elaboraba distintas clases de tamales envueltos en hoja de elote. No obstante,
junto con el abastecimiento de armas Villa se abastecía de tamales regionales
enriquecidos con las especias y condimentos introducidos por los españoles. La
red villista de ambos abastos se extendía desde el Bajío hasta el Sureste, se
dice.
Los extra condimentados tamales envueltos en hoja de
plátano remitidos de Comitán, Chis., le causaron desconfianza a Villa y los
rechazó comentando, “... están más perfumaditos que Obregón!”. En ocasión de la
visita a Villa del representante de Francia, a éste se le ocurrió sugerirle a su anfitrión bañar los
tamales de dulce hechos por Manuelito con el coñac que le había traído de
obsequio, el francés descubrió demasiado tarde que Villa era abstemio. Estando
en Salamanca le fue enviado al Centauro un nacatamal potosino de 20 kgs., en
este banquete departieron los cónsules de Francia, Gran Bretaña, Alemania y EUA
resultando la velada satisfactoria... para el anfitrión. En esos días el
Centauro envió una misiva en clave a un destacamento que se encontraba en el
Bajío pidiendo refuerzos para su previsto ataque a Celaya. El general Benjamín
Hill, segundo del General Invicto Álvaro Obregón, interceptó el mensaje
imposible de descifrarse, excepto la solicitud de corundas sin código secreto.
Como estos tamales diminutos son de Morelia, Hill pudo deducir fácilmente la
ruta de donde provendrían los refuerzos. Obregón adelantó su tropa entre
Guanajuato y Michoacán, Villa nunca recibió este refuerzo. No obstante, con voz
de trueno el Centauro dijo a sus Dorados, “Muchachitos,
antes de parpadear la tarde entraremos a Celaya a sangre y fuego".
Villa avanzó desde Salamanca con tres columnas (abril 6,
1915). En el lindero oeste de Celaya se generalizó la batalla, el tiroteo
cruzado duró el resto del día y toda la noche. Ante la embestida de la caballería
que Obregón había ocultado previamente en un bosque, los Dorados severamente
diezmados se retiraron en desbandada. En los siguientes días ambos caudillos
recibieron refuerzos. Los Dorados volvieron a atacar buscando alrededor de
Celaya algún punto débil en la defensa (abril 13). Obregón ordenó la
contraofensiva cuando el enemigo llevaba 36 horas de fatigosa e inútil lucha
(abril 15). Acometió la caballería por los flancos y la retaguardia, y, con
Obregón al frente, la infantería atacó por todos los rumbos. La persecución de
los villistas duró hasta el anochecer con pérdidas para éstos de 4 mil muertos,
6 mil prisioneros, mil caballos ensillados y toda su artillería. El Centauro no
pudo asistir a su cita con el destino en esta contraofensiva de Obregón, por
aquejarle una severa crisis estomacal a raíz de haber degustado una ración
inmensa de tamales de frijol enviados de Xochimilco, se dice.
Obregón fue a Santa Ana del Conde desde donde se domina
todo el valle. Se cuenta que estaba discutiendo con sus generales el próximo
ataque a Villa, cuando una columna villista en sus últimos coletazos disparó
contra el grupo. En realidad, un fragmente de granada le cercenó a Obregón el
brazo derecho (junio 3, 1915). Al momento fue llevado a Trinidad para su
atención quirúrgica a cargo del coronel Uribe, el General Benjamín Hill y otros
quedaron al mando del Ejército de Operaciones. El cocinero Manuelito quiso
agradar a su jefe, envolvió un dedo humano en el tamal que le sirvió al
Centauro, éste mandó fusilarlo de inmediato, también se dice.
A los dos días de la mutilación de Obregón los Dorados
atacaron por tres frentes, ocuparon la ciudad de León. El Manco de Celaya llegó
a esta plaza a los diez días de haber sufrido el percance (junio 13, 1915). Las
actividades de los villistas dispersos y la vertiginosa incursión de Roberto
Fierro al centro del país habían dejado aislados y sin víveres ni pertrechos a
los constitucionalistas. Obregón reasumió el mando del Ejército de Operaciones (julio
6) y avanzó al norte en implacable persecución de Villa. Tomó la ciudad de
Aguascalientes (julio 10), dominio de Villa. Con el considerable botín de
guerra Obregón logró reabastecer a su ejército. Esta acción terminó con el
grueso de las fuerzas de la División del Norte, en lo sucesivo la lucha del
Centauro fue fragmentaria para iniciarse otra etapa legendaria del Centauro y
sus "muchachitos", verdaderamente.
elenaespinosa29@gmail.com












