viernes, 26 de octubre de 2012

Muchachitos...



Las leyendas mexicanas siempre han ejercido sobre mí un embrujo. Me apasionan. Quizá mi adicción comenzó con aquellas leyendas de espantos y aparecidos narradas a los niños que así ejercitaban su imaginación, antes de que la televisión impusiera la cultura de imágenes. El inconsciente colectivo de los pueblos es producto de las experiencias de sus antepasados, nos dijo el psicoanalítico místico Karl Jung. Yo le creo a pie juntillas a Jung, no obstante los bombardeos de cultura extraña digerida en imágenes a la que nos sometemos apoltronados frente al aparato televisor, cual versión hogareña del Chac-Mool de piedra.

Pancho Villa se encuentra entre los personajes más favorecidos por nuestras leyendas más pintorescas. Con sus anécdotas elegidas al azar pueden hacerse novelas, como de hecho ha acontecido. Hollywood se interesó por el insurrecto Villa en acción, a tal grado, que la “Mutual Film Corporation” lo convirtió en estrella cinematográfica (enero 10 y marzo 22, 1914). Pero dicho incidente menor no me ocupa hoy, sino su encuentro con Zapata y la sabrosa leyenda inspirada en este acontecimiento verídico.

En el Pacto de Xochimilco firmado por Villa y Zapata el Centauro aceptó el Plan de Ayala (diciembre 4, 1914). Zapata agasajó a su invitado con un banquete especialmente elaborado en su honor. Los tamales de frijol ofrecidos en el convivio le gustaron tanto a Villa, que Zapata le regaló a su invitado un molino para nixtamal, un cargamento de chiles variados, hierbas de olor y lo introdujo con Manuelito, el tamalero del Ejército Libertador del Sur.

En adelante, Manuelito siempre iba a donde Villa se movilizara. Trascendió la debilidad del Centauro por los tamales. Esta nueva afición del revolucionario mujeriego adquirió tintes de leyenda, que no hace mal papel entre sus otras pasiones legendarias, incluso, su especialmente destacada afición por la capea. Se dice que el Centauro en receso, entre batalla y batalla, gustaba de hacer torear al alimón a los Dorados acantonados antes de sacrificar a los novillos para el rancho de la tropa.

La cocina gourmet novohispana no estaba difundida en el norte. La dieta de los Dorados en campaña se resolvía poniendo trozos de carne en el asador, en una mala tarde podía ser carne tatemada de caballo, chivo, mula o mejor ni preguntar. Este régimen alimenticio dio un vuelco radical para el Centauro después de haberse banqueteado en Xochimilco. Manuelito diariamente elaboraba distintas clases de tamales envueltos en hoja de elote. No obstante, junto con el abastecimiento de armas Villa se abastecía de tamales regionales enriquecidos con las especias y condimentos introducidos por los españoles. La red villista de ambos abastos se extendía desde el Bajío hasta el Sureste, se dice.

Los extra condimentados tamales envueltos en hoja de plátano remitidos de Comitán, Chis., le causaron desconfianza a Villa y los rechazó comentando, “... están más perfumaditos que Obregón!”. En ocasión de la visita a Villa del representante de Francia, a éste  se le ocurrió sugerirle a su anfitrión bañar los tamales de dulce hechos por Manuelito con el coñac que le había traído de obsequio, el francés descubrió demasiado tarde que Villa era abstemio. Estando en Salamanca le fue enviado al Centauro un nacatamal potosino de 20 kgs., en este banquete departieron los cónsules de Francia, Gran Bretaña, Alemania y EUA resultando la velada satisfactoria... para el anfitrión. En esos días el Centauro envió una misiva en clave a un destacamento que se encontraba en el Bajío pidiendo refuerzos para su previsto ataque a Celaya. El general Benjamín Hill, segundo del General Invicto Álvaro Obregón, interceptó el mensaje imposible de descifrarse, excepto la solicitud de corundas sin código secreto. Como estos tamales diminutos son de Morelia, Hill pudo deducir fácilmente la ruta de donde provendrían los refuerzos. Obregón adelantó su tropa entre Guanajuato y Michoacán, Villa nunca recibió este refuerzo. No obstante, con voz de trueno el Centauro dijo a sus Dorados, “Muchachitos, antes de parpadear la tarde entraremos a Celaya a sangre y fuego".

Villa avanzó desde Salamanca con tres columnas (abril 6, 1915). En el lindero oeste de Celaya se generalizó la batalla, el tiroteo cruzado duró el resto del día y toda la noche. Ante la embestida de la caballería que Obregón había ocultado previamente en un bosque, los Dorados severamente diezmados se retiraron en desbandada. En los siguientes días ambos caudillos recibieron refuerzos. Los Dorados volvieron a atacar buscando alrededor de Celaya algún punto débil en la defensa (abril 13). Obregón ordenó la contraofensiva cuando el enemigo llevaba 36 horas de fatigosa e inútil lucha (abril 15). Acometió la caballería por los flancos y la retaguardia, y, con Obregón al frente, la infantería atacó por todos los rumbos. La persecución de los villistas duró hasta el anochecer con pérdidas para éstos de 4 mil muertos, 6 mil prisioneros, mil caballos ensillados y toda su artillería. El Centauro no pudo asistir a su cita con el destino en esta contraofensiva de Obregón, por aquejarle una severa crisis estomacal a raíz de haber degustado una ración inmensa de tamales de frijol enviados de Xochimilco, se dice.

Obregón fue a Santa Ana del Conde desde donde se domina todo el valle. Se cuenta que estaba discutiendo con sus generales el próximo ataque a Villa, cuando una columna villista en sus últimos coletazos disparó contra el grupo. En realidad, un fragmente de granada le cercenó a Obregón el brazo derecho (junio 3, 1915). Al momento fue llevado a Trinidad para su atención quirúrgica a cargo del coronel Uribe, el General Benjamín Hill y otros quedaron al mando del Ejército de Operaciones. El cocinero Manuelito quiso agradar a su jefe, envolvió un dedo humano en el tamal que le sirvió al Centauro, éste mandó fusilarlo de inmediato, también se dice.

A los dos días de la mutilación de Obregón los Dorados atacaron por tres frentes, ocuparon la ciudad de León. El Manco de Celaya llegó a esta plaza a los diez días de haber sufrido el percance (junio 13, 1915). Las actividades de los villistas dispersos y la vertiginosa incursión de Roberto Fierro al centro del país habían dejado aislados y sin víveres ni pertrechos a los constitucionalistas. Obregón reasumió el mando del Ejército de Operaciones (julio 6) y avanzó al norte en implacable persecución de Villa. Tomó la ciudad de Aguascalientes (julio 10), dominio de Villa. Con el considerable botín de guerra Obregón logró reabastecer a su ejército. Esta acción terminó con el grueso de las fuerzas de la División del Norte, en lo sucesivo la lucha del Centauro fue fragmentaria para iniciarse otra etapa legendaria del Centauro y sus "muchachitos", verdaderamente.

elenaespinosa29@gmail.com

domingo, 21 de octubre de 2012

Relaciones Perfumadas



 Sostengo una hipótesis sobre las relaciones humanas. Partiendo de que Platón nos adelantara su teoría de que la verdad universal no existe, mi planteamiento hipotético sobre las relaciones humanas, parte de que nada ni nadie puede intervenir en mi albedrío, verdad platónica comprobada con peras y manzanas a sus discípulos. En contraste abismal, mi hipótesis no es monedita de oro para darle gusto a todos, pero tampoco es totalmente gratuita, la acreditan sus credenciales de experiencia anecdótica acumulada.

Se dice que los caprichosos dioses del Olimpo eligieron compartir con la raza humana su don divino del albedrío, para diversión y entretenimiento eternos de la audiencia olímpica. Los dioses que no quisieron poner en orden total el caos original, compensaron esta omisión con un sexto sentido otorgado a las relaciones humanas con perfume de mujer. En tal virtud, pueden observar desde el Olimpo una obra de suspense totalmente impredecible nunca jamás, y representada por actores sin libreto que no nacen para vivir solo en una isla, sino para sobrevivir en una sociedad.

Unos tienen una disposición notable para relacionarse con los demás, otros parecen no tener ni la más vaga idea de lo que se trata eso, unos nacen simpáticos y otros antipáticos, ni modo, la madre naturaleza aún tiene el monopolio de la lotería genética, a reserva de que se cumpla la profecía de la ingeniería genética y en un futuro logre moldear la condición humana a capricho. Conocemos de los demás sólo su conducta manifiesta y aquello que quieran decirnos sobre lo que piensan, debido a esta circunstancia podemos convivir toda la vida con alguien sin llegar a conocerle verdaderamente. Todas las relaciones humanas son una aventura, nadie ha logrado despejar la incógnita de este nudo gordiano, solamente unos adelantan hipótesis que otros tiran a la basura más rápidamente que aprisa.

A diferencia de los seres irracionales que tienen que adaptarse a su entono para sobrevivir, el ser humano ha adaptado su entorno a sus necesidades. Ellos y ellas son inconformes por naturaleza, tan pronto como adquieren aquello que deseaban, anhelan otras cosas, gracias a ello el panorama terrestre está conformado tal como lo conocemos. Pero, el homo sapiens no es el ser racional de la creación debido a las maravillas que pueda crear, sino por su capacidad de poder anteponer su intelecto a sus emociones, a diferencia de los seres irracionales que conforman el resto del reino animal regidos por su instinto. La capacidad exclusiva del ser racional, no obstante, al pasar por el filtro de su albedrío inconmutable, puede invertir el orden de los factores, de tal suerte, las emociones del ser racional determinan sus acciones, en otras palabras, se convierte en irracional por motu propio.


Y eso no es todo, las referencias a “la conducta del hombre” no han tomado en cuenta las particularidades del “sexo débil”, por las que su conducta impredecible puede elevarse al cubo. En el principio de incertidumbre, al que Einstein se opuso aseverando que el universo no puede estar gobernado por el azar como si Dios jugara a los dados, se basan la tecnología, la química y la biología modernas, un ejemplo espectacular de que, “al mejor cazador se le va la liebre”. Este principio de incertidumbre aplicado a la conducta femenina para establecer probabilidades de acierto dentro de un determinado marco de referencia inestable, no es un fenómeno digno de fiar en cuanto al instinto femenino toca, llamado pulsión porque pasa por el filtro de su raciocinio, y a mí me cuadra someterlo a mi hipótesis del "sexto sentido" privativo de las mujeres.

Por ahí se dice que ellas son más inteligentes que ellos, hasta que dejan de ser niñas, entonces la joven debutante se asusta de un ratón y se sube a un banco emitiendo chillidos de ratón, no obstante, su sexto sentido le avisa anticipadamente de un peligro real y la prepara para enfrentarlo, atacarlo o huir a tiempo. Con el feminismo y la píldora anticonceptiva algunas cosas cambiaron. El spleen de las damas jóvenes recostadas en un diván como recurso femenino para controlar el dominio masculino, tan popular en las novelas de los clásicos franceses del siglo 19, abdicó en favor del feminismo expresado en su versión machista a la inversa, así, las primeras camadas de hombres golpeados por su mujer aparecieron en las delegaciones y hospitales, con el consiguiente aplauso de otras feministas que tampoco se embarazan, a no ser que así lo desearan y cuando lo desearan. A pesar de la embestida del feminismo, que tiene mucho camino por andar a contracorriente de tradiciones arraigadas desde que la historia es historia, predomina el dominio del "sexo fuerte", ahora potente gracias al Viagra.

Ante la hipotética verdad que cada uno de nosotros somos un ser irrepetible en el universo, es un hecho que el "sexo débil" tiene la exclusividad de ciertas conductas. Lo que ellas dicen durante su síndrome premenstrual, puede ser el polo opuesto a lo que manifiestan unos días después. El síndrome post-natal no pueden explicárselo ni a su madre que las consuela de su melancolía con chocolates. No se puede decir que padece depresión, solamente porque no se escarmena ni para sacarse los piojos antes de que llegue su marido a su sacrosanto hogar, la piojosa puede transformarse instantáneamente en  princesa  para ir a tomar té con pastas con las amigas. Si su menopausia hace acto de presencia, más le valía a su familia adquirir la bola de cristal de la cartomanciana que los esquilma prediciendo el futuro inestable de todos.



En este mundo donde hay más mujeres que hombres, lógicamente la ley de la oferta y la demanda entra en juego, y como dice la sentencia gitana, “entre mujeres te veas”. La requerida en amores puede provocar la envida cerval de otras. Si la hermana menor se casa antes que la mayor, todo puede suceder, desde someterse la mayor a una dieta crash, para que no le digan los invitados a la rumbosa boda que se quedó a vestir santos por gorda, hasta irse a vivir a una covacha con un músico de banda que la aporrea más que a su guitarra eléctrica. A la rica que se casa con un pobretón, sus íntimas le preguntan dónde tenía la cabeza cuando juró vivir toda la vida junto a un zángano quien, dicho sea da paso, se lo peleaban todas las preguntonas. A la pobretona que se casa con rico, una confidente que la “quiere de verdad” le revela los éxtasis que nunca conocerá de un matrimonio por amor. La mujer casada con un fracasado irredento, ella se lo buscó, porque “detrás de un gran hombre hay una gran mujer”. Al divorciarse, ella es una “fracasada” para sus antiguas amistades y su exmarido, él sólo es un “incomprendido” que se tropieza con una diligente que sí lo comprende, aunque no gratuitamente. La “fracasada” debe encontrarse a otra a quién quitarle su “incomprendido”, pero que a su quiebra emocional e intelectual no se sume la quiebra económica. A la casada autosuficiente, la suegra se la come cruda porque no sabe ser “muy mujer”, como aquellas que sí atienden a su marido y su casa con delantalcito puesto. Pero, si el marido mantiene a su madre, todas las cenas son de negros, aún sin la suegra de testigo presencial.

El empresario compite con otros empresarios, o se asocia con alguien y a veces se frecuentan socialmente en compañía de sus esposas. La empresaria compite con otros empresarios, o se asocia con alguien y compite ferozmente con la esposas de todos ellos, si por su mala suerte las conoce. En las cenas hogareñas para agasajar al jefe del señor de la casa, toda la familia se desvive para que el agasajado esté contento y satisfecho del menú preparado con esmero y el perro le mueve la cola. En las reuniones para agasajar a la jefa del señor de la casa, la conversación gira alrededor de la pericia de la anfitriona para preparar el menú, ama de casa perfecta que ha sacrificado todo para la buena crianza de los hijos, porque, “si las cosas están primero que las personas, algo anda mal”, y el perro le ladra. Si es soltera, despierta suspicacias su orientación sexual, si es fea, por eso se dedica a los negocios, si es preciosa, arregla los contratos bajo las sábanas, y la madre del anfitrión y su esposa por única vez en su vida están de acuerdo: la jefa hace decisiones ováricas para la empresa y se viste re feo.

En contraste, las hay muy sinceras que dicen no interesarles compartir con su amante el sentimiento mezquino del amor, sino el de la pasión incomparable del odio. La actriz que envidia a la luminaria en la cúspide de la fama, el fracaso de ésta no le sirve a la envidiosa que desea que se muera.


Aclarado lo anterior, sumado a la larga lista que cada quien tendrá de su propio peculio y que también omitió André Malraux en su imperecedera La Condición Humana, es un hecho que, la aventura de la relación establecida entre un grupo de mujeres que se reúnen por gusto con un propósito común, no puede sustituirse con nada. Este ambiente es incomparable, ya sea que las reúna el deporte, la ciencia, las artes, su profesión, una labor social, el ocio, o la cantina. Con el principio de incertidumbre a su máxima expresión, nada es predecible, su ingenio se aguza, cuando no se desborda de forma brutal, las confidencias chuscas sin moralejas brotan espontáneamente. En ausencia de su rivalidad arraigada de acaparar la atención del representante del sexo opuesto, este dinamismo ocioso puede tomar otros cauces, como la picaresca picante. En el escenario sin padres, hijos, esposos y demás espectadores de la familia, pierde su razón de ser la interpretación del papel doméstico de “víctima” o “verdugo”. En caso de que alguna verdaderamente pase un mal momento, muy probablemente, encontrará quien pueda comprenderla entre aquellas con quienes ha compartido veladas divertidísimas, lo mismo que chascos y frustraciones. Aún cuando la buena voluntad no predomine en ocasiones, la hipocresía es fácilmente detectada por las más expertas entre los expertos, así que, por eliminación, con frecuencia surgen opiniones genuinas. La crítica es aguda y difícilmente puede ser más mordaz, pero, cuando alguna hace un halago a otra, muy posiblemente es sincero.

Cierto, en la mujer no desaparece por arte de magia su predisposición a la insidia y la crítica nada más por haberse integrado a alguna “palomilla” femenina. Pero, también es cierto que en grupos de mujeres de todas edades puede cobrar tal fuerza su ímpetu colectivo, mientras perdure su impredecible afán por reunirse, que trasciende la pequeñez de la condición humana voluble, vulnerable y que no se cansa de repetir sus mismos errores. Por tales artes, nada hay más divertido, enriquecedor y hasta productivo que las reuniones de mujeres disfrutando su mutua compañía en pleno uso de su sexto sentido desconocido por el sexo opuesto, para sustento de mi teoría sobre las relaciones humanas femeninas que, de cabo a rabo, son un misterio inextricable encantador, para desencanto de las teorías que precisan con exactitud los paradigmas de las relaciones humanas con perfume de mujer.

elenaespinosa29@gmail.com

miércoles, 10 de octubre de 2012

No te 'vía de querer...pero te quise


 La Coco de regreso de La Lagunilla a su casa en la Colonia Roma, en el camión Roma-Piedad reflexiona que la vida es así, ni modo. Los niños deberían hacerse invisibles cuando su mamá los llevara a comprarse su abrigo "para el frío de México". Había entrado como a 20 tiendas para probarse todos los abrigos de su tamaño para quedarse con ese horrible color "verde botella", y luego con "cuellito" de piel de conejo. Y en cada tienda su mamá aclarándole a los dueños árabes que "la niña no es árabe". Ahora que se vea por primera vez en el espejo con el abrigo puesto llegando a su casa, confirmará sus sospechas: parece cirquera con un gato en el pescuezo. Recorre por abecedario la lista de Santas que su abuela le ha descrito y han sufrido mucho, mucho: Santa Águeda, Santa Rita de Casia. Pero no, esas no son niñas, una fue mártir de su marido, la otra se cercenó los senos para defender su virginidad. ¿Irá la Coco a tener senos algún día? Pero lo que hay que pensar bien, bien es cómo deshacerse del abrigo y que parezca accidente. Si le echara gasolina y luego un ocote encendido, ¿olería la gasolina en el abrigo  quemado?  No, mejor...  Sus reflexiones se ven interrumpidas por dos escuincles que se subieron al camión y, acompañándose de una guitarra destartalada, empiezan a desentonar el bolero de moda, en medio de los pasajeros que no alcanzaron asiento y defienden a capa y espada su espacio en la agarradera de manos, para no rodar por el suelo con los tumbos que da el camión,

"No te ‘vía de querer
 Pero te quise
 No te ‘vía de olvidar
 y t'iolvidé"

La Coco se desconecta de las estridencias  de los chamacos, su disyuntiva de suma gravedad no permite distracciones. A Gaby le acaban de comprar su abrigo con cuellito de terciopelo. Su mamá no es loca como la de la Coco, que habla sola frente al espejo mientras se prueba todos sus sombreros para ver cuál se pondrá mañana en su invariable ida a Sanborn's de Madero para tomar café a las 5 de la tarde. Su mamá no adivina el futuro, ni sus amigas la buscan para que les lea la mano y siempre despedirse asustadas.
Todos los árabes que vinieron de Líbano a La Lagunilla no pudieron con ella, hasta el extremo de pagar por el abrigo de lana virgen 18 pesos en vez de 39 que costaba. ¿Qué querrá decir lana virgen? Santa Águeda defendió su virginidad. La Coco tendrá que preguntarle a Gaby, su papá doctor siempre le contesta las preguntas más peliagudas... 
Los cantantes suben la voz cuando el chofer del camión, con gritos estentóreos, intercambia con el boletero estrategias de cobro a los que se habían subido de mosca en la defensa trasera del camión. El boletero perdido entre los pasajeros cobrando pasajes y dando a cambio boletos numerados, recuerda que nació barítono y le hace segunda a los escuincles,

 "Me debes perdonar el mal que t’ice
  que yo de corazóoon te perdoné
  No te 'vía de querer...."
 
Gaby se va a desquitar de la envidia que le tiene a la Coco por su nueva bicicleta marca Gloria. Siempre pierde echando carreras alrededor de la manzana con su bici más chica 24 X 1 y medio. Y por los patines, que los de Gaby no son Torrington. Pero qué envidiable mamá tiene la sangrona de Gaby: dulce desde la voz y con ojos azul canica. De veras, ¿porqué la pintaría horrorosa ese extraño  Clemente Orozco?, si ella tiene cara de camafeo. ¿Y si dejara el abrigo nuevo en el barandal del corredor para que le cayera granizo como el que cayó ayer? ¿No se encogerá hasta quedarle chico como el viejo? Y si todo falla, ¿cómo ir al cine Encanto mañana con los abuelitos de Gaby?... ¡Ya está!... Anginas!... La Coco va a decirle a Gaby que se enfermó de anginas y su propia abuela tiene que frotarle con manteca de res el pecho, las coyunturas y las plantas de los piés, después de haberlos metido en una cubeta de agua ardiendo con ceniza del calentador de leña para el baño....y no salir de la cama en 8 días, cuando menos.
El chofer hace una maniobra brusca para evitar un choque al derrapar el camión con el piso mojado. Un chamaco se cae encima de la Coco y ella se escucha decirle --"Tú, tú ... " --pero recapacita, no puede darle las gracias por haberle desgraciado el abrigo con el residuo de la pintura aún fresca del bote de su colecta, y en lo que para salvar el pellejo ante la generala atina a decirle al escuincle, -"Tú no vías de cantar, pareces chivo de borrega virgen" -y le cierra el ojo con esperanza de que entendiera un contubernio contra la mamá de armas tomar, ésta ya está espetándole al chofer:
-¡CAAAFRE!, ¿Qué se está creyendo óigame, que lleva reses al corral? Aquí mismo deténgase para bajarme. Va a ver usted cómo le va a ir, el coronel Figueroa jefe de Tránsito es amigo de mi marido.  
El boletero infundido del poder propio de barítonos sale en defensa del chofer. Un niño  sale en defensa de la mamá de la Coco y los pasajeros en defensa de los dos escuincles. La madre y la hija se bajan del camión con tripulantes divididos en partidos. Bajo una lluvia torrencial caminan 6 cuadras desde la Calzada de la Piedad hasta su casa la calle de San Luís Potosí. La mamá no desperdicia la ocasión para echarle la maldición gitana a la casa de la esquina de San Luís y Yucatán, hogar del general  Barragán.



EPÍLOGO
La Coco amanece grave de anginas y contenta, su abrigo está echado a perder por duplicado, con la pintura y la granizada. Para bajarle la fiebre, antes que los remedios consabidos su Mamá Güelita a la voz de "Por la señal" le zampa la imprescindible purga de aceite de ricino y permanece a su lado de día y de noche jugando con ella La Brisca y el Conquián con barajas españolas, contándole cuentos de  de magia y encantamiento de su propia cosecha,  y entonando canciones del tiempo de Don Porfirio,

"Dame un lapicero con punta
Con la punta bien sacada
Para escribirle a mi novio
Que cuándo se piensa casar".

La Coco medita que las ridiculeces de los enamorados son las mismas siempre, igual que "no te 'via de querer..." de Agustín Lara. Para canciones buenas las de Cri-Cri que los niños oyen antes de irse a dormir en el  la XEW con el "Tío Polito" de locutor.

elenaespinosa29@gmail.com



No te debía querer... (Naufragio) Agustín Lara. Youtube

lunes, 8 de octubre de 2012

Ahí está el detalle de la gravedad



 “No te vayas a asustar Coco, si salen las encueradas", me advirtió mi hermana 11 años mayor que yo, en tanto el cafre al volante de una tartana con el letrero en el parabrisas "Libre", nos transportaba al Follies Bergére con el propósito de ver actuar a Cantinflas. La nueva razón social del "teatro de revista" era en razón de que ya no era una simple carpa de lona, como lo seguía siendo su competencia de la carpa “Apolo”, ambas presentando "la variedad" variopinta durante la función de más de una hora de duración, en su totalidad reprobada por el manual de Carreño, por la Iglesia y sus derivados.

A mis 9 años de edad, yo sentía que otra Coco se bajaba del "libre" que cobró un tostón de plata por la travesía desde la  Colonia Roma, al "Folis" en la prolongación de la Avenida San Juan de Letrán rumbo a la Villa de Guadalupe. Habíamos penetrado una zona que traspasaba mis fronteras virtuales de "El Centro” de la Ciudad de México. Todo fue una, bajarme del fotingo de la mano de mi hermana frente al "Fólis" y darme cuenta que mi proficiente conocimiento del "centro" no me servía para nada.

Mi vasta experiencia recorriendo ese perímetro, acompañando a mi madre más a menudo de lo que yo hubiera deseado, comenzaba en la Avenida Madero #5 en el único Sanborn’s del planeta. Tras desayunar panecillos muffins y un exquisito café americano, la ruta marcada por mi destino ineluctable del subsiguiente peregrinaje era la Av. Madero hasta el Zócalo. No era para tomarse a la ligera el dedicado escrutinio a todos los escaparates deslumbrantes. Si Nueva York tenía su 5a Avenida, nosotros teníamos la Calle Plateros, convertida en  Av. Francisco I. Madero en honor a nuestro único Presidente que nació en pañales de seda y no era militar.

El recorrido por la avenida de punta a punta era independiente del pretexto ocasional, si llevar a componer el reloj de cuerda, si comprar medias de seda, o asistir a la misa celebrada en San Felipe de Jesús en ocasión de un aniversario luctuoso. Con base en tales razonamientos, campantemente se inspeccionaban con ojo detectivesco tras el cristal las joyerías tradicionales, la Kimberley de los Fenton especializada en piedras descomunales, la histórica "La Esmeralda" en edificio que es una joya por sí mismo  inaugurada con bombos y platillos en 1890, sitio elegido por Pancho Villa para cambiarle definitivamente el nombre a la calle Plateros por el de su  héroe victimado Francisco I Madero. Otra joyería menos suntuosa era la de Rita Otaduy de Torreblanca que engalanó a la primera plana de "El Maximato". Las tiendas de modas tenían lo suyo, la Casa Vogue con modelos exclusivos parisinos, la especializada en sombreros para dama con delicados velos que caían sobre el rostro y aves del paraíso disecadas en la copa.

Un único escaparate exhibía abrigos de mink, estolas de armiño y para lucirse sobre los hombros parejas de zorros plateados y tríos de martas cebellinas, aparentemente, los peleteros en general prefirieron establecerse en otras calles donde no se sintiera inhibida su clientela extravagante de la farándula y la política. Al llegar al Zócalo, irremediablemente deberíamos entrar a El Centro Mercantil, edificio estilo art Nouveau edificado por monsieur Roberts en 1898, con un vitral deslumbrante en su cúpula y un elevador-jaula con barrotes de reluciente bronce de diseño caprichoso para subir y bajar al segundo piso, muy a tono con la selecta clientela opulenta; yo no recuerdo que mi madre haya salido de ahí con una compra jamás, sospecho que sólo se ponía al día para adquirir sus reproducciones exactas en La Lagunilla, escuela del arte del regateo.

Una desviación del Zócalo sumamente favorecida era llegarse a El Palacio de Hierro, almacén de franceses así bautizado  por los mexicanos que lo vieron construir sobre una estructura metálica traída de Bélgica, nombre que heredara el nuevo almacén tras haber reducido a cenizas un incendio el anterior. Por nostalgia, quizá, a veces había que prolongar la caminata hasta El Puerto de Veracruz que había visto sus mejores momentos cuando de ahí salió en 1917 el vestido de novia de mi madre. Ir a El Puerto de Liverpool era una alternativa menos que atractiva, sus dependientas eran unas arrogantes porfirianas de museo, quizás siguiendo la escuela de los meros dueños , y para verlas había que cruzar la avenida 20 de Noviembre muy transitada y con camiones que venían desde el pueblo vecino de Tlálpan, que subían y bajaban pasaje en cada parada, hasta toparse con la Plaza de Armas rodeada de las edificaciones vueltas patrimonio de la Nación: el Palacio Nacional reedificado en lo que fuera la casa de Moctezuma, la primera Catedral de América, el Portal de Mercaderes y los edificios del Departamento del DF. En caso de estar de humor de buscar antigüedades que no tuvieran el precio estratosférico de la "Casa Guillermo", la mejor alternativa era El Nacional Monte de Piedad ubicado en lo que había sido la casa de Hernando Cortés frente a un costado de la Catedral, con posibilidades ilimitadas, no obstante, con ciertos riesgos en caso que el regalo de la cigarrera de plata tuviera una dedicatoria oculta descubierta por el indignado receptor del obsequio de segunda mano: "De Cándido Ruiz a su nena" (sic). Decididamente, las calles Tacuba y Venustiano Carranza delimitaban las fronteras transversales de lo que para mí era "El Centro", zona limítrofe para comprar bergamota, aceite de tortuga y esperma de ballena para la crema de belleza de manufactura casera en mi casa de la calle San Luis y estrenar mis "zapatos nuevos" que deberían durarme hasta que me crecieran los pies. En la primera calle de 16 de Septiembre, paralela a la Av. Madero, se encontraba la Panadería Ideal, tradicional proveedora de pasteles de boda, y el restaurante Prendes, preferido por la plana mayor de la política, la farándula, las artes y la sociedad elitista, cuyos rostros amontonó en un muro del recinto un pintor llamado Eduardo Castellanos. En Cinco de Mayo, la otra paralela inmediata a Madero, se ubicaba el que había sido el Teatro Principal de la era de las operetas, vuelto sala de cine. Planché la banqueta de Avenida Juárez a pie de ida y vuelta a la saciedad, en contraste con La Alameda de enfrente que no pisé ni por equivocación, más allá de las estatuas de mármol que esculpió Ponzanelli a las que les mandó poner calzones la Primera Dama Ávila Camacho, por supuesto, el sexenio siguiente corrigió este entuerto.

La arbitraria demarcación de lo que para mí era "el centro", incluía las calles transversales de la Av. Madero, Motolinia, Filomeno Mata y Gante --donde se pagaba el recibo de luz--, las demás prolongadas infinitamente a ambos lados pertenecían a mi dominio hasta un determinado punto, Isabel la Católica hasta la Casa Boker y en el extremo opuesto hasta Venustiano Carranza, también límite para la calle Bolívar con el Café Tupinamba al que mi progenitor era asiduo, donde por un diez de plata se tomaba el mejor café expreso, se podía cortar con cuchillo el humo de los cigarrillos mezclado con el de los habanos y una legión de meseras  rete confianzudas atendían al tumulto sentado en el enjambre de mesitas redondas con cubierta de mármol blanco. Yo estaba segura que la crema y nata de la intelectualidad ibérica había huido de Franco para reunirse en el Tupinamba a recitar los versos de García Lorca y del Marqués de Santillana que mi papá solía citar, ya que hablar de política estaba estrictamente prohibido, según decreto establecido en un mugriento letrerillo de cartón colocado en la pared de la entrada, legislación aventurada a raíz de un “pleitillo” a balazos. Por tales artes, solamente se permitía gritar de toros y toreros y cecear a voz en cuello la crítica despiadada de las obras teatrales en el Ideal interpretadas por las Blanch y las Montoya, y chismear sobre las cupletistas sobrevivientes, si de la española Gatita Blanca, mote de María Conesa ligada a la Banda del Automóvil Gris, si de la tabasqueña Esperanza Iris, dueña de la réplica genuina del collar de brillantes de Ma. Antonieta. Los disidentes de la prohibición de la libertad de expresión erogada en el Tupinamba, sin quitarse su sombrero de fieltro eligieron tomar sana distancia alejándose media cuadra para reunirse en el Café Campoamor, aledaño a la plazuelita con singular reloj sobre un pedestal único, precisamente, frente a la iglesia en la que se le iba a pedir a San Antonio marido, a cambio de una limosna de 13 centavos de cobre metidos devotamente en el cepo.

Bastaron dos o tres cuadras de distancia de la Av. Madero por la Av. San Juan de Letrán, para que el ambiente de la calle del "Folís" me fuera totalmente extraño. Como si nada, ahí estaba la dama de faldita negra brillosa extra pintada recargada en la pared asintiendo con la cabeza en señal afirmativa a todo viandante por razones que yo desconocía, el general uniformado acompañado de su séquito de civiles bigotones mal encarados visiblemente empistolados, el voceador anunciando "Extra, la Extra de Noticias... El petróleo ya es nuestro de a deveras... Lleve sus revistas para hombres "Policía" y "Vea", la pelotera arremolinada en la entrada del teatro pareciera que la entusiasmaba el olor a elotes hervidos y fritangas, mezclado con el tufo de los  asistentes. Definitivamente, mi hermana había transgredido los límites urbanos de las buenas costumbres, "así voy a ser yo cuando sea grande", pensé, pero no se lo dije.


El “teatro de variedad” estaba a reventar. Cual toro de lidia, mi hermana sin soltarme se abrió paso entre la multitud hasta aproximarnos lo máximo posible al proscenio. Permanecimos siempre cogidas de la mano una de la otra antes y durante toda la función. Cantinflas interrumpía su diálogo con Medel y se cruzaba de brazos al dirigirse a la audiencia, "ya ven cómo son, chatos, así como son buenos para reírse habían de ser para trabajar", con ocurrencias semejantes hacía pausas en su actuación hasta aminorarse el estruendo de las carcajadas de su público heterogéneo, eventualmente, disparando comentarios picantes a viva voz que Cantinflas contestaba inmediatamente, ya fuesen del bolero con su cajón de “bola” en mano, o del catrín con facha de político trajeado  y una “rorra” a su lado. Mi hermana bañada en lágrimas de risa, no se daba por enteraba de mi angustia por el peligro inminente de que a Cantinflas se le fuera a caer más su pantalón sostenido inciertamente en su descenso hasta el cuadril, a no ser que estuviera abotonado a su agujereada camiseta igual de mugrosa, tan desesperante como sus enormes zapatos gastados con las puntas enroscadas de los que asomaba el dedo gordo salido del hoyo de su calcetín y las suelas con tremendo agujero, complementando su atuendo un ridiculísimo gorro de fieltro negro con el ala tijereteada formando picos. Tampoco le encontraba la gracia a que un hilacho que llevaba sobre el hombro fuera su gabardina nueva, porque "la vieja” la tenía en casa, tampoco yo tenía la menor idea quién era el tal Lombardo Toledano que le había encargado a Cantinflas la solución de los problemas del país, porque, “Lombardo habla mucho y no dice nada, y a mí me pasa lo mismo”. Las fantasías infantiles nadie las toma en cuenta, caray, yo tenía el remedio a la mano para la transformación de Cantinflas, por tanto que trabaja y trabaja "Mi General" para que el petróleo sea nuestro no viene a ver a Cantinflas, si no, le diría que ya somos muy ricos desde que el petróleo es nuestro, que ya se puede comprar una gabardina en High Life, un sombrero de fieltro en invierno y de carrete en primavera en la Casa Tardán, zapatos en la zapatería El Borceguí de la calle Bolívar, mandarse hacer un traje a la medida de casimir inglés, usar camisas Arrow importadas y corbatas de seda italiana que se consiguen en la Casa Rionda, y con Pardueles un plastrón para recibir en casa visitas con la bata de seda puesta y fumando pipa, no esa mugrienta colilla de cigarro que levantó del piso; NADIE escuchó mi comentario "ay, qué ansias... fúchila".

Abandonamos el teatro al finalizar el último sketch de Cantinflas. Le pregunté a mi hermana por qué las encueradas salían a bailar con los brazos en alto como si un asaltante les hubiera dicho, "manos arriba". “Es por la gravedad en sus pechos”, me contestó. Ya no me atreví a hacerle más preguntas sobre mi incógnita de la gravedad, ni me hubiera hecho caso durante nuestro trayecto de regreso a casa carcajeándose junto con el chofer del "libre", según y conforme mi hermana lograba reproducir trozos del diálogo cantinflesco. Durante quién sabe cuánto tiempo seguí condoliéndome por las pobrecitas encueradas que estando graves de su pecho tienen que salir a bailar. No era cosa que mi madre me sacara de dudas, hubiera desollado vivas a dos hijas si yo revelaba el detalle de la gravedad, delatando así nuestra escapada archi secreta que me resistía a revelar hasta en el confesionario profesional.

Para bien y para mal, la vida es cambio. El Follies Bergére desapareció. Cantinflas, inigualable cómico de carpa en su personificación del peladito de la Gran Urbe sin oficio ni beneficio, absolutamente libre, ingenioso nato, abusadísimo para sacarle ventaja a cualquier circunstancia por inesperada que sea, “bruja” que no es lo mismo a ser pobre, ya que "estar bruja” es un estado pasajero, aunque altamente contradictorio por ser un estado permanente esperando que le caiga del cielo el premio "Gordo" de la Lotería Nacional que nunca compra, un "me vale madres" de bandera, fiel intérprete del lenguaje arrabalero espontáneo de verborrea disparatada, entrecortada y mezclada con remedos de palabras domingueras mal aplicadas, no obstante, el discurso cobra sentido para los adoctrinados en el lenguaje reconocido por la Academia de la Lengua Española como lenguaje cantinflesco, además de su diplomado magnum cum laude en debates de albures con un doble sentido que finalizan hasta que uno de los dos contendientes simbólicamente somete sexualmente al otro para festín de los mirones. Pues resulta que todo este caudal singular Cantinflas lo permutó por un modelo de comicidad pedagógica en sucesivas películas en technicolor con eventuales destellos luminosos de sus gracejadas paradigmáticas. Quedan para muestra de su actuación original sus dos primeras películas en blanco y negro, Águila o sol, con Medel, y la gema Ahí Está el Detalle para un público que no transgrede el detalle de la gravedad de las buenas costumbres del México de 1938.




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