Don Miguel Espinosa
de los Monteros sosiega su soberbio alazán al que parece estar pegado más que cabalgarlo.
De regreso a su punto de partida al despuntar el alba se deja llevar por su
montura antes del anochecer en la selvática espesura sinaloense. Ha llegado a
buen fin otra agotadora jornada del gallardo cincuentón de ojos garzos y luengo
bigote rubio de puntas enroscadas, de vuelta ha cumplido su compromiso de amo y
señor de todo lo que se encontrara adentro de su inmensa propiedad que no
termina en el horizonte.
Los jóvenes Miguel y
Manuel acataron la orden paterna de venir a tomar posesión de la propiedad que
recién heredara su padre, totalmente desinteresado en abandonar su pueblo natal
llamado Espinosa de los Monteros aledaño a la costa cantábrica fundado en la
Edad Media. Venir al país con guerras civiles entre jacobinos y católicos
disputándose el poder desde la Independencia, entusiasmó a los jóvenes en la
edad en que se sueña con ser héroe, la ley de "manos muertas" por la
que la propiedad heredada era intocable había prescrito desde 1831, así que,
habiendo ejecutado Juárez a Maximiliano de Austria, la vasta tierra de los
indios sinaloas era la tierra de
promisión idónea para los pueblerinos con su horizonte limitado por Burgos.
El corcel resopla al
divisar el sacrosanto hogar de la numerosa familia del jinete. Los cascos del
equino sobre el empedrado parecen resonar al ritmo del jubiloso llamado de
rigor del amo anunciando su llegada a sus 60 gatos, ¡MINIS, MINIS, MANIS
MORRIS!", irrumpe en el atardecer húmedo y bochornoso la voz aguardentosa
a la que Don Miguel le imprime un marcado acento afectuoso. Un segundo llamado
a su jauría felina, cuidada con esmero por peones adiestrados bajo la vigilancia
inclemente del capataz, le da un primer vuelco al corazón del pegaso virtual. Algo
extraordinario debe haber sucedido, los 60 no salen desbocados del rincón donde
se encuentren y acudan en tropel a darle la bienvenida. Brilla por su ausencia el
ejército gatuno maullando y ronroneando en anticipación a que el apeado de su
montura le prodigue merecido reconocimiento a cada uno de los felinos llamándoles
por su nombre inspirado en su país de origen.
"Basilisa no es
capaz, no puede ser que haya encerrado o amarrado a mis mininos", Don
Miguel le contesta a su voz interna que le ha despertado tremenda inquietud. El
alazán interrumpe su trote rítmico, relincha instintivamente al percibir la
aprensión que invade al que lo monta tanto, ambos perspirando a mares se
disponen a enfrentarse a lo que sea. Frente al umbral del casco de la hacienda el
jinete se apea, el caballerango experimentado en acertar el instante en el que
su amo le suelta la rienda acalla los insólitos relinchidos inquietantes. La
diminuta Basilisa sale a su encuentro.
Basilisa profesa el
catolicismo desde que tiene memoria y, por añadidura, la menudita de apariencia
frágil cual figura de porcelana, a temprana edad adoptó la doctrina temporal que
reza, "a grandes males, grandes remedios".
En la niña Basilisa
de 13 años de edad su madre viuda delegó la obligación contraída por los
hacendados de hacerse cargo de la salud, la impartición de la doctrina
cristiana y el esparcimiento de los peones y sus familias. Todo marchaba sobre
ruedas para la niña en cuestiones quirúrgicas, excepto el zapatero destripado
que la niña cosió con hilo y aguja del mismo zapatero y explotó durante el
velorio que ella conducía, pero muchos se salvaban de pulmonía doble con una
incisión en el pulmón para que saliera la "sangre mala", y en otra
rama de la ciencia médica, no faltó quien sanara de alferesía bañándolo en agua
de cal en tanto al médico gringo se
le morían sus pacientes con este mal, las ventosas eran antídoto eficaz para el
envenenamiento de la sangre, el pomo de alcohol atiborrado con mariguana en
yerba, que tampoco faltaba en el botiquín de la reina Victoria de Inglaterra,
era la fricción indispensable para el reumático, la herbolaria del lugar podía
curarlo todo, desde la tos con jarabes de opio recolectado en las cercanías
durante una semana precisa del año, hasta la infertilidad con una fórmula
secreta de yerbas serenadas durante el mes lunar, con las que se preparaba el
te con agua sacada del pozo a la que se le quitaban los sapos.
Por lo que a sus
otras obligaciones toca, los domingos por la mañana la niña impartía el
catecismo a los peones y sus familias, cuando el cura llegaba de cuando en
cuando a confesarlos e impartirles la comunión, encontraba a unos feligreses
adoctrinados y en proceso de su alfabetización rudimentaria con el silabario
aprendido de memoria. En cuanto a su obligación de entretenimiento a la
comunidad, los sábados por la tarde la niña de prodigiosa memoria les narraba
un cuento de las Mil y Una Noches que su institutriz francesa le enseñara, o
cualquiera de la tradición local sin repetir alguno, mes tras mes, a su
audiencia sentada en cuclillas.
Las incesantes
pugnas armadas por el poder de la Nación, en general, y del estado, en
especial, no afectaban mayormente la hacienda de la viuda, pero la adversidad tiene
varias facetas. El acceso del ganado al agostadero compartido con el vecino
atrabiliario quedó legalmente prohibido, para el consiguiente número de bestias
y reses muertas de la vecina durante el estiaje, la plaga del chahuixtle acabó
con la cosecha, a la amenaza de quedarse en la ruina se sumó el temporal que
derrumbó las casuchas de los peones resistentes a reconocer a la patrona, su
único patrón era el difunto que debería sustituirlo otro de igual temple y
reciedumbre. La viuda montó en cólera y a su mejor caballo también, se enfrentó
a los inconformes, al capataz le asestó tremendos fuetazos, éste la tumbó del
caballo y quedó coja por el resto de su vida la mandamás indiscutible.
La antisinfonía de la adversidad, sin
entrar en detalles, no le impide a la niña Basilisa de 14 años escuchar la
sinfonía que le penetra por todos los poros de la piel, al otear desde la
ventana de su recámara en lo alto del casco de la hacienda la llegada de una
aparición. La aparición no se esfuma al apearse de su caballo blanco como la
nieve, el prolongado palique con el caballerango que sostiene la rienda del
recién llegado intriga a la niña, pero adivina el discurso del capataz que lo
conduce a la sala principal de visitas, donde lo espera la viuda coja acicalada
para el encuentro convenido de antemano. Es entonces cuando la niña cae en
cuenta que es el mentado hacendado que vendría a hacer un pacto sobre los
linderos en Guamúchil aún sin precisarse. La división era fundamental, en el
estiaje bajan las aguas del río Mocorito (antiguamente llamado San Sebastián de
Évora), crucial para el agostadero del que dependía la cría del ganado mermado de
la viuda y surtía el agua a la siembra de temporal. El pacto queda sellado por
partida doble, la viuda tiene paso libre durante el estiaje y la niña fue
comprometida en matrimonio, según se lo informó su madre cuando la aparición se
había esfumado como llegó. Los arreglos de la boda se harían de acuerdo a la
próxima visita del Obispo a Culiacán.
El prometido había
quedado prendado de la púber al verla desde lejos bañarse en el río, y con su
ropa interior mojada que la cubría del tobillo al cuello, bailar en completo
frenesí la danza autóctona la Pascola, girando como torbellino al ritmo que
marcaba su prima Ñupa aporreando un
tamborcillo y que, al decir de las interfectas, no volvieron a bailarla desde
que se les apareció el diablo en forma de chivo con los cuernos retorcidos,
suceso confirmado por el caporal que fue con el chisme de la aparición.
Basilisa parió al
primero de sus 15 vástagos antes de haber cumplido sus 15 abriles literalmente,
nació el 15 de abril de 1861. El sino de su marido 15 años mayor, sería el de
ser extremadamente consentidor y permisivo con su vasta prole totalmente
indomable, y ejercer su derecho de pernada establecido desde la Colonia. En aquella
primera ocasión de la práctica del ejercicio matrimonial extracurricular de Don
Miguel con la novia del caporal vestida de blanco que salía del templo casada
por el cura, la Sra. Cuevas de Espinosa desapareció. Por razones de fuerza
mayor salió de su escondite junto a un ojo de agua en una choza en la punta de
un cerro, "se le fue la leche", los chillidos del lactante que
acarreaba la convencieron. El marido infiel con fidelidad extracurricular, juró
que había cumplido con La Chuyita su derecho de pernada, solamente por
compromiso, un amo sin atributos de mando en todo orden de cosas no podía ser un
patrón respetado por sus peones. Los compromisos ineludibles se incrementaron
de forma exponencial, Basilisa no se dio por enterada más nunca, solamente se
hicieron más frecuentes sus dos semanas de aislamiento en esa especie de
santuario ocasional, todos sabían con precisión cuando regresaría a su hogar en
el que la esperaban sus criadas entrenadas para bañarla en su tina de porcelana
con leche de burra, enjuagarla con agua de rosas o de azar, lavar con agua de
lluvia su larga cabellera castaño claro enjabonada con jabón de olor Reuter, peinarla
de chongo, vestirla con su ajuar seleccionado para el día y perfumarla con
esencias de almizcle.
Pasaron los años,
cada dos pariendo Basilisa, al Federico que se lo comió un tigre por un
descuido de su nodriza en un día de campo junto al río Badiraguato, el segundo Federico
pronto sustituyó al primero, sería por eso que llevó una doble vida, o triple
quizás, de acuerdo a su legendario historial con un detalle insignificante, su
amenaza de suicidarse frente a su madre si ella no aceptaba la boda del de
cuchillo en mano con mujer de reputación muy reconocida, la muñequita
inflexible en todo tiempo y lugar no aceptó, el incapaz y fornido Federico, que
lo mismo vadeaba los rápidos de los ríos dentro de su horizonte doméstico que
mermaba el costal de monedas de oro que su padre conservaba oculto a prueba de saltadores
e insurrectos, nunca contrajo nupcias, oficialmente. De las acometidas de "ataques"
de un mal morboso que aquejaron a Basilisa, hasta incapacitarla durante días
para reintegrarse a su estado normal, sanó completamente con la prescripción
del doctor gringo (así llamados los
alemanes en este suelo) mandado traer de la capital Culiacán para tal propósito,
el remedio Paregórico que no faltaba en botiquín europeo desde que lo inventara
Paracelso a base de opio, operó el milagro junto con la prohibición de no
volver a tomar café ni oler el grano tostado en casa.
Un día de tantos, la
de facciones finas y apariencia frágil le dijo a su curtido esposo de regreso
de haberse desbalagado durante una semana completa sin saberse de él, "-Oiga
Espinosa, usted se está enviciando en las apuestas, esa tal lotería con un gritón
lurio que anuncia al ganador, está buena para las ferias de pueblo, usted no
tiene vergüenza en jugar a esa sonsera que despeluca a los peones. Ya no sabe
otra que jugar a la brisca y el conquián, cuando parí a Catarina en el Cerro de
La Campana me dijo que ese cerro era de la niña, y ya supe que lo apostó en una
jugada de conquián, no vaya a salirme con que lo perdió ", a lo que el
hijodalgo llegado a estas tierras a los 21 años responde ceceando a la usanza
de la Península, "-Basilita, niña de mis ojos, ni tus tataranietos podrán
acabarse lo que les dejaré".
Don Miguel era religioso,
a no dudarlo, pagaba religiosamente sus deudas de juego, se aseguró que le
fueran entregadas 4 mil reses a quien le había ganado esa apuesta por salir primero
el as de bastos en un albur con barajas españolas, pero era inaceptable que
otros dispusieran de lo que le pertenecía legítima y legalmente. El gobernador Cañedo
de la corriente de los científicos porfiristas
pensaba de forma diferente, cayó en desuso la anarquía derivada de los cincuenta
y pico cambios de mandatario en México y la local con gobernadores impuestos y
depuestos en lo que canta un gallo.
Corría la última
década del siglo XIX, no se vislumbraba cambio en la permanencia a perpetuidad
del dictador Don Porfirio, Heraclio Bernal, bandido generoso con los pobres, asolaba
Ahome y Badiraguato sin hacerle ni cosquillas al régimen dictatorial que
atentaba contra el latifundio de Don Miguel colindante con diversos poblados,
las poblaciones circunvecinas formaban parte de la conversación habitual de la
familia, Pericos, Palos Verdes, Agua Salada, Guasave y, por supuesto, La
Vainilla, con su virgen taumaturga, Basilisa atestiguó uno de sus milagros, la
estatua traída de Italia para la Vainilla, por poco la confunden con la otra
que debería ir a la iglesia de Guasave, pero la carreta se volcó
sorpresivamente revelando el destinatario impreso en el embalaje de cada
estatua.
-Basilita, los gatitos,... mis
gatitos... Mis mininos... Contéstame por
vida tuya, donde están -dice con voz quebrada Don Miguel a su esposa muy jirita
que le ataja el paso
-Los envenené --responde tajante la
susodicha, cuarta en mano siempre dispuesta a disciplinar a los herederos de
todo lo que alcanzaran a ver cabalgando a buen trote durante todo un día, prole
proclive a salirse del huacal rígido de su mamá con permiso de su papá.
-¡Basilisa! ¿Qué barbaridad has hecho? exclama
el que siente que el corazón se le escapa del pecho
-"Oiga, Espinosa", dijo la señorcita
Cuevas de Espinosa "a grandes males, grandes remedios, el doctor gringo
dijo que el crup que le dio a Manuelito es por esos gatos, pero usted no me lo
creía, y hasta a los que les embarré manteca en los bigotes regresaron de donde
los mandé aventar...",
Cosas de la vida, en
1910 Basilisa abandonó Sinaloa para siempre, por no decir a Don Miguel que
"le había dado por tomar" y perdido todo lo que le quedaba por perder
apostándolo, con el RIP oficial de las tales "manos muertas" que
murieron de veras con el acta de defunción expedida por el gobernador. Llega a
la Capital la cincuentona con sus dos hijas menores de 10 y 8 años a arrimarse con
el Lic. González, abogado de Don Miguel en sus asuntos de la Capital. No era
para durar tanta ventura en un palacete porfiriano, la prole de 7 varoncitos
eran locos todos ellos, según sospecharan las fuereñas aterradas ante los 7
comiéndose a mordidas las esquinas de las paredes y como única terapeuta una
mamá histérica con cada nuevo pilar mordido. Pronto se hicieron indeseables las
recogidas.
Asidas las dos niñas de la mano de su mamá presenciaron El Desfile del Centenario, en el que Don Porfirio hizo un despliegue de lujo y boato comparable a la coronación del Emperador Iturbide en la Catedral Metropolitana. Mal acababan de recuperarse de su asombro las provincianas boquiabiertas ante los landós conduciendo a la aristocracia de Europa y Oriente, precedida por el contingente de cadetes relucientes como sus caballos enjaezados, cuando estalla la Revolución. Don Miguel permanece en Sinaloa, increíblemente se ha quedado en la ruina, no sólo perdió lo que le heredó su padre, sino lo que su hermano Manuel le cedió al hacer el voto de pobreza para ir a ordenarse sacerdote en Italia como su tío, el legatario original de un cacho de Sinaloa, pero el joven Manuel se arrepintió al hacer el voto de castidad, regresó a Sinaloa, requirió en amores a la viuda coja, su hija Basilisa no volvió a dirigirle la palabra a su madre que murió en Sinaloa abrazada de Manuel. Las arrimadas cambiaron de domicilio, para arrimarse en casa de la esposa de general con el peor carácter conocido de generala alguna, la hija de Basilisa que llevaba su nombre.
La Revolución siguió
su curso natural. El intrépido Fernando, el benjamín de Basilisa, general de
división a sus 21 años de edad, que no obstante se dio su tiempito para casarse
por la Iglesia y por lo Civil en incontables ocasiones, fue víctima de una
celada en el ferrocarril en el que salió de Tepic para encabezar un Golpe de
Estado antes de su cumpleaños 22. De Federico no se volvió a saber, su hermana
casada con un negro inglés de la edad de Don Miguel radicado en Tepic a la
sazón, aseguraba que, tras el descarrilamiento de 1913 que conmocionó al país,
en el que Federico por salvar a una niñita de los escombros le cayó encima un
vagón que le incrustó vidrios en todo el cuerpo que nunca logró sacarlos en su
totalidad, se dedicó al comercio de armas traídas de contrabando de EU. La hija
de carácter insufrible y con temple para enfrentarse al grupo de
revolucionarios encarabinados que querían asaltar su casa, enviudó, o mejor
dicho, no se volvió a saber de su marido general, que es lo mismo. La otra hija
de la mayores con cara de camafeo y cuerpo de uva, casada con militar también, en
su peregrinar siguiendo a su marido y pariendo prietitos con alma bohemia por
parte de padre, sobrevivió lavando ropa de munición en Guaymas junto al vagón
perforado de bala que tenía por hogar, su marido la abandonó un rato, mientras
fue a las cuevas de los tarahumaras para esconder a Johnson, un gringo-gringo
acusado de traición por los federales. Entre tanto, a Basilisa y sus dos
hijitas las separaban de los balazos revolucionarios el portón apolillado de su
casa en la calle de Las Artes en la Capital que les puso el hijo soltero Manuel,
retirado del Ejército por su precario estado de salud, la vigencia de la dieta
del niño Manuelito de huevos y sangre de tortuga en Altata impuesta por su papá
había caducado, entonces salía a a las calles de la ex-Ciudad de los Palacios a
robarse quelites para matar el hambre de su mamá y sus dos hermanitas menores,
ya que los billetes bilimbiques salidos de la imprenta del Primer Jefe Carranza
que llenaban el enorme arcón de Basilisa tenían el sello de
"revalidados", las monedas de oro enviadas por Don Miguel, único medio
de comprar comestibles, se tardaban mucho en llegar, o se quedaban en el camino.
En su intento por
convencer téte-a téte al gobernador de
Sinaloa Iturbe, que sus tierras habían sido enajenadas de forma ilegítima y su
restitución legal no tenía el obstáculo de las argucias y patrañas utilizadas
en el despojo porfirista, viajó a la Capital Don Miguel. Pero Iturbe estaba en
Querétaro celebrando con Carranza y con un selecto grupo de notables la
Constitución del 5 de febrero de 1917. Mal había llegado a la casa en la calle
de Las Artes, cuando Don Miguel muere de pulmonía fulminante, como es lógico y
todo el mundo lo sabe, comer sandía fresca tras un baño prolongado en tina con
agua muy caliente es inevitable la pulmonía. Si Basilisa intervino
quirúrgicamente a Don Miguel con la incisión pulmonar con la que muchos peones
de la niña Basilisa sanaron de pulmonía, es secreto de familia. Sus 24 nietos siguieron
disfrutando de la prodigiosa memoria de la abuelita contando cientos de cuentos
hasta el último de sus días a sus 82 años de edad, o quizá 80, siempre se
aumentó dos años para ocultar que se casó siendo niña




