viernes, 25 de enero de 2013

Yo sí quisiera que regresara Santa Anna.



Yo sí quisiera que regresara Antonio López de Santa Anna, la verdad. Me urge comentar con él una película gringa. No me interesa, ni tantito así, que me explique los procesos de su pensamiento variopinto que utilizó para ser once veces Presidente de la República Mexicana hasta convertirse en Su Alteza Serenísima. Eso lo tengo clarísimo. Nombre es destino, y el suyo no es la excepción que confirma la regla, su apellido le destinó la Sociedad Anónima que le distinguió durante su trayectoria omnipresente en nuestra Historia Patria. Qué mala suerte que no se llamara Santiago de Rodríguez López, por ejemplo, caray, predestinado a una Sociedad de Responsabilidad Limitada y, así, el que peleó en nuestro suelo más batallas que George Washington y Napoleón juntos, no hubiera tenido que evocar a "nuestro destino fatalista ineluctable contra el que nada se puede hacer" por haber claudicado más de la mitad de México a United States of América tras invocar su Destino Manifiesto ultra yanqui, igualmente fantasmagórico al nuestro, pero en sentido contrario hasta forjar un imperio de poder con guerras afuera de su territorio.

Ni para qué escucharle su versión de los hechos en El Álamo al Generalísimo Sociedad Anónima. Lo sé todo. Lo que no me enseñaron en la Primaria de antes, muy antes cuando a ninguna mente calenturienta se le había ocurrido eliminar la asignatura "Historia y Civismo" del plan de estudios hasta de mi Secundaria, lo encontré en el ciberespacio. Todo fue una, ver la película gringa El Álamo  (John Lee Hancock, 2004) y salir destapada de mi butaca a sentarme frente a mi PC resuelta a consultar los archivos de Tejas. Sintiéndome totalmente preparada para lo peor, según me avisa mi experiencia con películas gringas que se meten con México, esta vez no lo sobreviví estoicamente, me asaltó la imperiosa necesidad de comprobar la certeza de las crónicas de mi abuela nacida en la casa aledaña a la fortaleza tejana El Álamo en San Antonio de Bexar.

Entre el cúmulo de top secrets caducos que contenían los archivos texanos, me topé con las fotocopias de los dos Tratados de Velasco con la firma de S.A. al calce, uno “público” para darlo a conocer al pueblo inmediatamente, y el otro “secreto”, o sea un Top Secret de Estado que se lo reservaría EU para darlo a luz oportunamente, ambos tratados pactados en el pueblo tejano Velasco redactados en inglés y en español, para luego no salir ni yanquis ni anti-yanquis con aquello de, “¿me lo podría repetir por favor?”. Este lapso amnésico académico es el epílogo de la incursión de S.A. en El Álamo en 1836, aquella vez cuando al frente de su ejército de 6 mil reunido por grado o por fuerza en el trayecto de francachelas de S.A. desde la Capital, fue a someter al puñado de sajones alzados contra el cambio de régimen al centralismo, al que deberían someterse los colonos asentados en la inhóspita Tejas por un permiso especial de la Corona española en 1819, renovado en 1821 al peninsular Moses Austin radicado en Missouri que pertenecía a Nueva España, y renovado en 1829 por nuestro insigne Presidente mulato Vicente Guerrero a Austin hijo, colono esclavista nacido en Virginia, quien pasó a la historia como el único propietario en la Unión Americana que haya tenido una extensión de tierra igual a la del estado de Massachusetts.

Resulta que los Top Secrets dejaron de ser secretos y ratificaron gran parte de las crónicas de mi abuela.  Disminuyó mi desconfianza en veracidad de Mamá Grande al recordar que se cambió el nombre de Magdalena por el de Elena, este nombre que ella inventó aparece en sus documentos oficiales y así me bautizaron, y como nombre es destino, llorar como Magdalena no se me da desde que mi hermana mayor me quitó la bicicleta que me había regalado cuando cumplí 9 años, llanto que cesó al vengarme a mi entera satisfacción, que no viene a cuento en este espacio.


Con la compra de la Louisiana por la que Jefferson pagó 6 centavos el acre a Napoleón, United States of America reducido a 13 colonias arrinconadas en su costa norte del Atlántico, expandió sus fronteras hacia el este hasta colindar con Nueva España desde los Grandes Lagos hasta la desembocadura del Misisipi en el Golfo de México. La línea limítrofe del territorio que cada cual reclamaba para sí fue motivo de enconadas disputas entre ambos gobiernos. Territorio neutral se le llamó a la franja pendiente de delimitar su frontera con el estado sureño de Louisiana, “tierra de nadie” para los de la Unión Americana que utilizaron sus costas para alijar esclavos negros traídos de Liberia. En 1819 España cedió la Florida a EU a cambio de 5 millones de dólares, el acuerdo de la frontera con Tejas ya no pudo aplazarse. EU demandaba fijar su extensión hasta el río Bravo, pero en el tratado celebrado en ese año entre el futuro presidente Adams y el representante de Fernando VII, Don Luis de Onís, acordaron establecer los límites fronterizos en el río Sabinas, quedando Tejas incluida en la Nueva España.

Los colonos tejanos se mostraron insatisfechos con la “concesión” a España del territorio que llegaba hasta el río Bravo. Se avivó el fuego que se creía extinguido de las primeras acciones separatistas de los residentes montados en la Independencia de Hidalgo. Los colonos recién asentados se opusieron al centralismo que impuso S.A. en una de sus tantas  incursiones en la Presidencia, de manera tal, la esclavitud llevada a cabo con el federalismo anterior ya era anticonstitucional, precisamente, en la cual se basaba la economía de Tejas que dependía de su producción de algodón.

Los colonos separatistas sometieron al general Cos y su contingente resguardando la fortaleza El Álamo en San Antonio de Bexar. Y ¿cuándo no?, allá va S.A a remediar el entuerto recién había abandonado por cuarta ocasión su butaca que él llamaba Silla Presidencial. Al frente de 6,000 arrasó poblaciones desprotegidas, en El Álamo hizo una pira con 400 prisioneros, el lloroso David Crocket incluido, no obstante su súplica de hinojos ante el Generalísimo. Creyendo haber ganado la guerra, S.A. se dirigió con 700 de los suyos hacia la costa para embarcarse rumbo a Veracruz, Cos permaneció acuartelado en El Álamo con el grueso de la tropa. Los colonos que a la sorda días antes habían declarado la "República de Texas", sorprendieron a S.A. y a los 700 durmiendo su siesta vespertina, el encuentro se decidió en la cercanía del Rió San Joaquín. López S.A. le ordenó a Cos la rendición de la plaza, él irreflexivamente  le hizo caso al que ni era Presidente en ese momento. Por una circunstancia fortuita, un residente tejano descubrió a S.A. cuando huía disfrazado de civil y lo llevó frente a Sam Houston, Major General de la "República de Texas", anteriormente bautizado Samuel Pablo por así exigirlo Nueva España para los empleados públicos.  A modo de saludo, S.A le dijo a su captor, "Debe sentirse honrado por haber derrotado al Napoleón de Occidente". 

Nada de lo anterior le comentaría a S.A., yo sé más que él de eso de "que la historia lo juzgue", sino quisiera preguntarle su punto de vista sobre algunas películas, eso  ni cómo saberlo por Internet. A lo mejor S.A. está encantado porque ni siquiera se mencionan los Tratados de Velasco en la película yanqui que se extiende sobre un Generalísimo de Plástico, y está de acuerdo conmigo, ¡qué horror de producción!...  Pero qué tal si S.A. me dice que el film está apegado a la realidad. Entonces no es cierto que mi abuela cursó sus estudios con las monjas ursulinas en uno de los múltiples conventos fundados siglos antes en San Antonio de Bexar, inexistentes en el horizonte plano y terregoso de piel rojas en medio de la nada, y que no se debe a tacañería, ignorancia, insensibilidad o perfidia de los productores, que las emblemáticas construcciones aledañas al zócalo no aparezcan en escena, ni los fuertes en la ribera del río que atraviesa la ciudad, sino que, verdaderamente, no forman parte del panorama.


Entonces todo lo habría inventado Mamá Grande, como le llamábamos a mi abuela paterna sus nietos, Era un cuento de hadas para sus descendientes que 30 expediciones españolas habían fundado incontables misiones en Tejas y las principales en San Antonio, que la casa aledaña a El Álamo, desde donde se atestiguó la batalla, era una de tantas entre las de múltiples familias que se establecieron en San Antonio de Bexar con nombre y apellido mexicanos, que muchas de éstas familias habían emigrado de Monterrey, capital del Nuevo Reino de León, Coahuila y Tejas, que el gobernador bexareño que debía rendirle cuentas a Nueva España le guardaba fidelidad en las buenas y en las malas al igual que sus gobernados, que desde el zócalo se veían las fincas de quienes, con férrea determinación, las construyeron en tanto se adaptaban a las inclemencias del clima y se defendían de los ataques de tribus nativas y de los bandidos que venían del norte hablando inglés, entonces sería  falso también el árbol genealógico de las familias con nombres y apellidos mexicanos en el Archivo de la Historia de Texas en el que se incluye la familia de Mamá Grande. 

Independientemente de las respuestas obtenidas del caletre de S.A., yo me extendería en comentarle a Su ex Alteza Serenísima sobre el cine mexicano en general. A lo mejor no me deja con la palabra en la boca, dado que ha de estar soberanamente aburrido en su vida de ocio, comparativamente a su ejercicio extenuante de jugar a la Sillita Caliente que juegan los niños del kindergarten, me imagino que nada se compara a correr en grupo alrededor de sillitas que una a una se van quitando, hasta quedarse sentado en la última que nadie ha ganado, La Silla Presidencial, y volverse a sentar mediante cuartelazos desde 1833, hasta que su desasosiego crónico se lo aplacó el Plan de Ayutla en 1855 que culminó en su último destierro. El lapso de sus numerosos exilios fue de 20 años, sin que se piense que era un tiempo de ocio del reconocido practicante de sus deportes predilectos, especialmente en La Habana y Colombia, las peleas de gallos, las apuestas en juegos de azar y las orgías mixtas, deportes para los que no necesitaba su pierna faltante por el incidente de la Guerra de los Pasteles, cuando no supo defender nuestras costas contra la invasión francesa en Veracruz.  Lo que se convirtió en historia inmediata, fue su afición a desertar impredeciblemente del bando conservador o liberal, con el fin de reintegrarse a la arena política, afición iniciada con su bisoño compañero de armas convertido al paso de los años en Emperador Iturbide en 1822, derrocado con el Plan de Casamata el año siguiente, encabezado, por quién más? ... la duda ofende.

Yo le aclararía a S.A. que, así como en sus tiempos cuartelazo mata Constitución y en el siglo siguiente “dedazo” mata organigrama, hoy taquilla mata inteligencia de oficio cineasta. Sabida es la fórmula yanqui desde que arrancó el cine mudo para que regresara el espectador, el Happy End, con tan buenos resultados que se perpetuó y extendió de forma exponencial, incluso, en sus westerns que arrobaron al mundo entero en "locaciones" de nuestro suelo que S.A le cedió a EU, transformado en región donde sólo sobrevivían los más rápidos en desenfundar su par de pistolas en sendos cuadriles, también asiduos tertulianos de saloons con prostitutas muy buenas personas de corazón tierno, como pusiera la muestra Marlene Dietrich enamorada de John Wayne, paradigma del cow boy asesino en serie vuelto héroe en serio a nivel mundial. La Meca del cine siguió la línea del american dream haciendo acto de presencia en todas las películas, ya sea que se tenga, obtenga, anhele, pierda o vitupere el sueño americano entreverado con el otro taquillazo que es clamor universal: sex sells, el sexo vende, no sólo se vende, dicen que dijo la egipcia Nefer Nefer, de quien aprendiera Cleopatra el arte de la seducción, dicen que dijeron dos emperadores romanos.

Nosotros nos fuimos al polo opuesto de la deslumbrante germana Marlene Dietrich con cejas rasuradas esbozadas diariamente a lápiz en su frente y libre de alguna otra atadura en todo el Wild  West, en contraste con nuestras sufridas cabareteras depauperadas que pagaban su pecado de haber parido el producto de su violación, por eso mismo se habían arrojado a la perdición a escondidas del producto que tenían que alimentar y mantener en un internado de monjitas. Yo sí quisiera saber la opinión que tiene S.A de nuestro cine con el síndrome Marga López, su tocaya a medias y enteramente A-margada -en pantalla, obviaaamente, o se hubiera regresado a su tierra para desconsuelo de Carlos y Arturo, cuando menos,  y preguntarle si se acuerda de Valentín Gómez Farías, esa especie de pastor disfrazado de charro que lo suplía en la Silla Caliente durante los días que se ausentaba el preciso, para solazarse en su inigualable hacienda veracruzana Manga de Clavo, y si los charros filmados hasta el hartazgo que nos han dado identidad internacionalmente de machos tequileros y conquistadores de chinas poblanas a montones, se le parecen en algo al paródico Gómez Farías, y si "los de abajo" vs. los ocasionales "de arriba" mientras los abajeños logran permutarle a los arribistas su sitio sexenal, han evolucionado de sus émulos del siglo XIX durante los 66 años consecutivos de guerras intestinas hasta imponer la pax porfiriana Don Porfirio y, por qué no, claro que le preguntaría si era vidente, o por qué al declararse la Independencia dijo que México no estaría preparado para la democracia ni dentro de 100 años. El presuntuoso criollo S.A., despreocupado ahora por abultar su bolsillo, podrá revelarme con franqueza lo que ahora piensa sobre su experiencia de índole volátil sin forjar un imperio, como aquellos que están en su sano juicio y practican holocaustos afuera de su Patria, como el Imperio Romano, o contra los invasores adentro, desde que el hombre es hombre.

¿Qué pensaría S.A. de que nuestro cine más taquillero haya adoptado la corriente del tremendismo? Yo le dejaría caer, como no queriendo la cosa, que el cine nacional dividió a México en  dos eras: “antes” y “después” de Pedro Infante. Al despertar de su desmayo, yo le espetaría que la inocente división virtual de Infante de "nosotros los pobres" y "ustedes los ricos" se debe a la ley inapelable de que su nombre es su destino de infante con papá Gobierno infame, así convertido en héroe nacional sin necesidad de cuartelazo alguno, con la condición de cantar desafinado. O a lo mejor le queda como anillo al dedo “…Mas si osare un extraño enemigo, profanar con su planta tu suelo, piensa ¡oh Patria querida!  que el cielo, un soldado en cada hijo te dio…", de este laudatorio himno dedicado a S.A. ya con su nombre extendido a S.A.S. (Su Alteza Serenísima), a lo mejor me dice, "luego te explico”.

A una española recién alijada en Veracruz se le ocurrió parir a un predestinado. Muchos son los llamados y pocos los elegidos, y el producto criollo S.A. fue el elegido para cumplir la predestinación del Destino Manifiesto de EU ensayado, probado y comprobado con los mexicanos, ensayado, probado y comprobado cuando nos declararan la Guerra de Texas, guerra en la que nuestro putativo Napoleón de Occidente nos volvió a defender de mayo a septiembre de 1847 con el epílogo de la leyenda de los Niños Héroes en el Castillo de Chapultepec, tras lo cual, S.A. volvió a ser Presidente por última vez durante el período preciso para firmar el Tratado de la Mesilla en diciembre de 1853 en el que S.A. claudicó a los yanquis el territorio suficiente para acumular un total de UN MILLÓN SEISCIENTOS MIL Km.2., a cambio de $10 millones de pesos más, mismos que se embolsó... SÍ, el mandatario nuestro con la razón social S. A., razón vuelta antisocial para su Nación putativa, que somos nosotros. Nuestro hado destino permitió que el tiempo efectivo que S.A. tuviera a su cargo la Presidencia de la República fuera de 6 años.

Para situarme realmente de dónde vengo y quien soy, recurro a mi ascendencia no es típica, mas es mexicana ciento por ciento en razón de que "La civilización mexicana y la española son mutuamente acreedoras y deudoras". (Andrés Henestrosa, 2000). Cuando Monterrey era la capital de Tejas, Nuevo León y Coahuila, los apellidos novohispanos de sus pobladores se perpetuaron en esa región, el de mi abuela nacida en San Antonio y el de mi abuelo oriundo de lo que hoy es Laredo, Texas son un buen ejemplo.

Elena de la Garza nació en el seno de una familia acomodada, su casa aledaña a la fortaleza El Álamo fue derrumbada hasta edificarse en el sitio Joskey's, una de las llamadas ahora "tienda departamental". A ese mismo domicilio llegó la correspondencia cuando pertenecía a la Provincia de Tejas de la Nueva España, luego al estado de Coahuila y Tejas, luego a la “República de Texas” y, finalmente, a la 28ava estrella de la bandera yanqui. La niña Elena dejó el colegio de las monjas ursulinas cuando tuvo edad de merecer y se casó con el hijo único de una viuda asentada en la frontera con México. El esposo se llevó a su adolescente esposa a Coahuila, en su casa con piso de tierra en Piedras Negras, frontera con Eagle Pass, parió a la mayoría de los 19 que dio a luz. En 1910 los hijos mayores establecidos en la Capital con empleos más que bien remunerados por su dominio del inglés, una rareza en México porfiriano afrancesado, convencieron a sus padres de unírseles en la Ciudad de los Palacios. Ella llevó consigo su recio carácter y severidad inamovibles, su estricta formación tradicional de Tejas mexicano, su hielera Westinghouse, su enorme estufa de leña en la que diariamente se cocían tortillas de harina para acompañar el desayuno, comida y cena frugal de los 19 por orden de aparición y, a la altura de lo que fuera su cintura en otros tiempos, siempre amarrado su costalito con tabaco oscuro y otro de igual tamaño con hojas de "máiz" para liar todo el santo día sus cigarrillos, costumbre de las tejanas totalmente escandalosa para las citadinas porfirianas, especialmente para su consuegra, mi abuela materna. La Revolución en su apogeo no causó bajas en la numerosa familia, no pasó de sustazos por asaltos de encarabinados al hogar y el fuego cruzado en la Alameda y el Zócalo que sorprendieron a los hijos mayores de camino a su chamba. Doña Elena de ceño fruncido, viuda en 1919 y desde entonces con atuendo de luto con faldón negro que llegaba al piso, blusón abotonado hasta el cuello y manga larga, abuela de 35 aproximadamente, a reserva de volver a contarlos con mas detenimiento, vivió al lado de sus cuatro hijos solterones empedernidos y una nieta que adoptó recién nacida, moradores de una casona solariega del D.F. funcionando a la perfección como reloj en la que Mamá Grande no despertó de su último sueño poco antes de cumplir 100 años de edad. Su vida en el norte es novelesca, de hecho, parece haber inspirado una novela mexicana fantasiosa con acento sensual editada en varios idiomas, pasada al celuloide con acento sexual disparado de la historia, y ambas versiones mancas de la realidad de la vida de entonces en Piedras Negras, como la anécdota de cuando a la recién parida a pelo con la ayuda de una comadrona que la colgó de las axilas al techo, los entuertos de su segundo parto ocasionaron que "se le regresara la leche", diagnóstico inapelable de la infección en el seno que ponía en riesgo su vida, un curandero piel roja del vecino Eagle Pass le quemó con un ocote encendido el tumor infectado, y colorín colorado, amamantó a los que siguió pariendo hasta completar el parto #19 a sus 56 años de edad.

Don Pancho, Papá Grande como le llamaron sus nietos que lo conocieron, para medio satisfacer el hambre de sus vástagos paridos en Piedras Negras, mientras les llegaba a cada uno la edad de ir con la tía rica de San Antonio a estudiar una carrera relámpago, diversificó sus actividades. Fue empresario de toros y el torero más famoso fue Zocato que erró su vocación de corredor de larga distancia en vez de torear al alimón astados; fue empresario de circo con su payaso trashumante pisándole los talones sus esposas, dos enanos peleoneros que brincaban para trompearse con los grandotes dentro y fuera de la pista, la mujer barbuda con voz tipluda encargada de cantar las coplas regionales de relleno de la función y el domador del único león del universo que derramaba copiosas lágrimas añorando a su antiguo dueño Mister Ringling. También fue dueño de la funeraria del pueblo, en los ataúdes esperando cliente dormían algunos de los 19 que no alcanzaban cama o querían aislarse del batallón, en sus ratos de ocio inventó operaciones aritméticas sin que nadie descubriera la fórmula de cómo llegar al resultado exacto, práctica que amaestró en medio de sus travesías conduciendo una diligencia llevando y trayendo mercancía de San Antonio sorteando a los comanches y salteadores de caminos en la escabrosa ruta. Los que sobrevivieron de los 19 paridos a pelo, tienen un historial que también se antoja novelesco, algún día me ocuparé de ponerlo en blanco y negro, cada cual haciendo honor a, "Nombre es destino".

Yo si quisiera que regresara Santa Anna… tendríamos mucho que platicar.

jueves, 3 de enero de 2013

Dándole la vuelta a Voltaire



Me dicen que Voltaire dijo, "Yo no pienso igual que tú, pero estoy dispuesto a ofrecer mi vida por tu derecho a decirlo". Me dicen también que unas corrientes psicoanalíticas honran la superstición de que "Nombre es destino", siguiendo este (des)orden de ideas, Voltaire gustaba de utilizar las mismas argucias en su contra para voltear la forma de pensar de sus detractores.

De ser cierto este chisme que me llegó, al eximio filósofo renegado de la fe cristiana le faltó agregar, para mi gusto, por cuáles formas de pensar distintas a la suya estaba dispuesto a arriesgar su vida, excepto la fe cristiana obviamente, y la condición humana impredecible.

Nuestro albedrío es intransferible e inconmutable en el que nada ni nadie interviene, lo que pensamos en este momento puede modificarse radicalmente en el próximo instante de así elegirlo nuestro albedrío en actividad perenne, para nuestra propia sorpresa. Voltaire se hubiera visto más que atareado de haberse ocupado en sumar y restar nuevos adeptos y renegados de su lema Ècrasez l'infame inspirado en la Ilustración inglesa, según me asegura la enciclopedia que no es francesa ni británica, es española.

La ilusión de no creer en nada ni en nadie es una falacia hoy día propagada como la humedad, como se decía antes de existir el ciberespacio. El ser humano nace con la necesidad de misterio sin fecha de caducidad, hipótesis avanzada por el demiurgo Karl Jung en los treintas del siglo pasado y teoría comprobada científicamente a nivel celular con la tecnología moderna. En otras palabras, entre el nacer y morir el humano nutre su necesidad de misterio de acuerdo a su albedrío en el que nada ni nadie interviene, así confía, cree y tiene fe.

Confiar es creer en algo que puede comprobarse, como que mañana saldrá el sol. Creer es estar convencido de que algo es verdad sin que lo hayamos comprobado. Tener fe es creer en algo que no puede comprobarse, ni física ni materialmente. Creemos en algo y en alguien cotidianamente. Creemos que nuestro "cachito" de billete de la Lotería Nacional no salió premiado según consta en las listas publicadas por la misma Lotería, creemos que por nuestro boleto de avión por el que hemos pagado una pequeña fortuna el piloto conducirá una aeronave hasta llegar al destino que tiene impreso nuestro boleto de papel que en tierra no sirve para ninguna otra cosa, creemos que los comestibles enlatados contienen lo que su etiqueta promete. Si no creyésemos en nada ni en nadie nuestra vida sería insufrible.

El filósofo Blas Pascal, opositor de su contemporáneo Descartes (Pienso luego existo), intuyó dos orígenes del conocimiento, la razón y el corazón (El corazón tiene sus propias razones que la razón no comprende). Los cartesianos creen en la bondad de su Ideal emanado de la duda metódica, lo cual, no les limita hacer suyos otros Ideales, la doctrina de Engels pongamos por caso, o la Utopía de Tomás Moro, o creer en el Ideal de la República de Platón, independientemente de ignorar si la verdad que pensaba el filósofo Super Star de su época era la misma verdad que decía.

Depositamos cotidianamente nuestra fe en lo que no puede comprobarse ni física ni materialmente, además de nuestra fe en la numeración arábiga infinita que utilizamos sin ocuparnos en que no podemos aprehender la idea de lo infinito, no se diga comprobarlo. La ciencia, por su parte, tiene respuestas limitadas que ofrecerle al humano en constante búsqueda de respuestas trascendentes a su necesidad de misterio, en tanto la ciencia continúa cambiando minuto a minuto en todos los campos que abarca, medicina, astronomía, tecnología y lo que se acumule antes de que la inteligencia robótica supere la humana, según prometen sus oficiosos fabricantes.

La diferencia entre tener confianza, o fe, o creencia es irrelevante para la sociedad moderna. Enfrentada a la embestida de la apertura informática precipitada en cataratas incontenibles, la defensa menos trabajosa es desilusionarse de todo envuelto en un mismo paquete. La celeridad de la vida moderna no deja tiempo para fundamentar escepticismos que no estén digeridos vía imágenes televisadas emitidas por los mercachifles de su amo rating.

La realidad contemporánea tiene nuevas reglas de juego con la comunicación instantánea entre millones de millones, con cartas marcadas se brinca el escollo de la falta de honradez consigo mismo, así es fácil adjudicarle a los demás nuestra responsabilidad intransferible e inconmutable de edificar un nuevo edificio, en sustitución del que se ha derrumbado al enfrentarse a la realidad que nunca desaparece, siempre está ahí esperando pacientemente el arribo de la desilusión individual y/o colectiva.

Mi "edad de plenitud", en otras palabras rete vieja, se ha enriquecido enormemente al departir semanalmente con un grupo de mujeres profesionistas, al que me integré por error pensando que asistiría a unas tertulias literarias. Tras mi azoro de la calurosa acogida que me brindaran, en vez de que me corrieran con cajas destempladas por ser la única sin cédula profesional en el grupo de todas edades, me encontré inmersa en un círculo de tertulianas de ideologías muy diversas que profesaban  credos políticos disparados de mi sistema de creencias.

Enclenque sería mi fe si yo no pudiera confrontarla con sus opositores, entre más recalcitrantes y bien fundamentadas las argucias, mejor todavía, ya sea para desechar ilusiones fantasiosas o afianzar mi necesidad de misterio con la que fui dotada de nacimiento, dijo Jung, a mí que me esculquen.

Asistida de la fama que se ganara a pulso Voltaire, de arriesgar su vida por mi derecho a expresarme, puedo externar mi forma de pensar porque su vida comprometida en este derecho mío conserva su vigencia a distancia del tiempo-espacio que nos separa, me dicen.

Cuando voy a la iglesia a oír misa, no pienso en el catolicismo institucional de Franco con sanciones a las familias que no cumplieran con su obligación de oír misa todos los domingos, ni me ocupo de la neuro ciencia hoy día probando y comprobando las transformaciones neuronales en el cerebro de unas monjas francesas durante su cotidiana meditación profunda, ni tampoco me acuerdo del atormentado Voltaire de opinión movediza, me dicen.