miércoles, 6 de febrero de 2013

La Estatua Incómoda



Por qué, para qué, de parte de quién todos me preguntan, ¿cómo te sientes? Inmediatamente me dan ganas de ahorcar al preguntón que se dispone a escudriñar mis emociones sin mi autorización y, para acabarla de amolar, esperan que mi respuesta sincera sea mínimo, "no quepo de felicidad". Pero cómo poner en palabras la vorágine de emociones en mi primer día libre después de un año y medio convertido en instantes que nunca acaban de pasar. Ya perdí forma, por más que corrí a todos con cajas destempladas no se larga nadie, todavía ahí están abajo todas esas buenas almas esperándome a que acabe de bañarme para decirme, "pobre de ti" arrojado a mi regazo cual tarántula, para sentirse bien ellos y yo peor. Cualquier cosa antes de dar lástimas. A lo mejor con mi léxico enriquecido en este año y medio me los sacudo. Ni aunque quisiera, ni cómo explicarles lo inexplicable hasta para mí misma, en la cárcel sané de hipocresía.

Ahora sumergida en mi baño de tina que tanto extrañaba me siento inmune al remolino de ideas confusas que me traigo. No salgo de mi pasmo y asombro, la realidad que veo y toco no es un sueño con otro despertar a la pesadilla tras las rejas. Esta incredulidad devora mi confianza, no vuelvo a creer en nada ni en nadie. Mi vergüenza está ligada a todas mis emociones, la ira la llevo conmigo, no encontraría desquite incendiando el mundo entero, mis resentimientos no me caben en el pecho. Tengo miedo, mucho miedo, miedo al mañana, miedo de mi hijita con madre ex convicta enfrentada al qué dirán durante el resto de sus días, me da miedo hasta escupir en la banqueta, no sea que se haya vuelto delito y el policía de punto me arreste, tengo temor de que mi miedo a sentir miedo me aprisione tras las rejas de mi mente.

¿Cómo empezó todo? Tiempo de sobra he tenido pensando la forma en que las cosas podrían haber sido diferentes, estoy convencida de que me faltó la malicia necesaria al ascenderme Mr. Fisher a Directora de la compañía y registrar mi firma en los bancos, pero cómo sospechar que el canalla planeaba que yo fuera la responsable del fraude que él cometió y se llevó de corbata a los inversionistas... Ya no quiero pensar más en eso, la libertad debe acompañarse del pensamiento ... ¡nada ni nadie me lo impide!

Tengo que capturar esos momentos de mi dicha plena al lado de Augusto, tan inmensa, que no me importaba lo que me pasaría el resto de mi vida. Pero… ese pasado lejano tan mío, lo tengo tan borroso. En esos atardeceres bajo la higuera del jardín en la casa solariega de su abuela, ¿qué nos decíamos? No me acuerdo bien a bien. Creo que Augusto comenzó a arrobarme con sus conocimientos de los griegos clásicos que me transportaban al Partenón como si estuviera viendo los frisos de Fidias, o con su explicación del Art Nouveau, y del Chac-Mool del inglés Henry Moore, o su síntesis del arte moderno en su versión particular mexicana, o, simplemente, relatándome su vida errante en Nueva York hasta regresar a México hecho un bailarín consumado y dedicarse de lleno a un bloque de piedra vuelto obra de arte en sus manos.

Escapa a las trampas de mi mente esa estatua mía en piedra que cinceló con tanto amor, epílogo mudo de cuando él y yo nos encerrábamos en esa buhardilla que él llamaba taller, hasta revelarme desnuda en esa mujer gigantesca con dos cántaros de agua recargados en mi cintura abrazándolos, más que sosteniéndolos, para que siempre manara el agua cristalina de la fuente a sus pies. En ese éxtasis desaparecía el universo con su pasado y su futuro, sólo él y yo existíamos entregándonos mutuamente al unísono en un mismo instante en el que el tiempo se detenía, libres de toda sombra y pensamiento que no fuera ese momento de la plenitud y el sentido de haber nacido. Eso lo recuerdo detalladamente, pero no capturo su intensidad sino como en una escena de una película muda, ¿tendré mis emociones petrificadas también? A lo mejor no todo está perdido, me reanima que mi juventud petrificada permanecerá en la fuente a pesar de la Liga de la Moral y la Decencia, a pesar de que la esposa del Presidente Manuel Ávila Camacho le puso calzones a la Diana Cazadora de la Avenida Reforma y a mí también y con el cambio de gobierno se modificó la orden, como suele suceder sexenalmente.

 ¿Quién iba a decir que Augusto luego haría monumentales estatuas patrioteras apegado al nuevo arte que se impuso de simplificar las líneas con un distintivo sello mexicano como mi estatua? A lo mejor las nubes de polvo que respiró al esculpir esos monolitos le provocaron su tuberculosis. ¿Por qué no me la contagiaría? Qué angustia tuvimos los dos antes de estar seguros. ¿Hace cuánto que murió en esa cabaña perdida en las nieves de la sierra de Durango? Un siglo. Mil siglos, da igual.

¿Tuve más miedo cuando enviudé física, mental y espiritualmente, que cuando entré a la cárcel? Es diferente. Madre soltera dolida hasta el tuétano, con la Muñe de un año, en la calle de en medio y repudiada hasta por mi ricota familia persignada no me sentía impotente. Fui a tocar puertas hasta encontrar trabajo con Mr. Fisher. En cambio, el horror a la prisión si me paralizó antes de poner un pie adentro. Nadie puede estar más asustada que yo cuando pensé que mi papá y Checo no me sacarían de esa cárcel inmunda, ni podría estar más aterrada que yo por compartir mi celda con una que asesinó a su marido, las cosas tan terribles que ella me contó de las celadoras me asustaron más que las que me contó de las otras presas, no pegué los ojos quién sabe por cuánto tiempo antes de hacerse mi mejor amiga y darnos ánimo por esos ruidos nocturnos y quejas que asustarían a los locos de La Castañeda.

Ahora que voy a vivir con mi papá y Checo, espero que se vuelvan igualmente desaprensivos hacia su anterior consternación por la “oveja negra” desnuda para la posteridad como la de "El Beso" de Rodin, y si no dejan de acosarme, me re-don-canso que puedo escaparme de esta nueva reclusión imaginaria, y con toda MI libertad que realmente tengo y puedo gozarla si me doy permiso, me salgo a las calles a tocar puertas hasta encontrar chamba para emanciparme. Peeeroo si no me había dado cuenta lo que envejecí, este espejote de mi mamá siempre quise hacerlo añicos, mañana mismo me pinto el pelo de negro piano y, luego, averiguaré si me curé de espanto como me instruyó la reclusa acusada de ser bruja profesional. A los preguntones reunidos aquí abajo, más les vale que me esperen sentados hasta cuando yo despierte... MAÑANA, sintiéndome la princesa de Kapurthala recostada en suaves almohadones sobre esta mullida cama en la que me voy a echar un clavado ahorita mismo.